viernes, 28 de agosto de 2015

Una mirada a mis recuerdos

Una mirada a mis recuerdos                   (28/09/2014)           
Sinceramente no sé decir cuando empecé a ser joven, ya que a edad muy temprana; cuando aún me apetecía y mi mente me pedía  jugar  a “policías y ladrones  me vi en la obligación de asumir  la responsabilidad de formarme y aprender un oficio que, por la complejidad del mismo, me venía bastante grande.
Nada más ingresar en esa Escuela presentí que mi niñez se había  acabado. Pero con la edad de once años ¿yo me podía considerar un joven?

Así que diariamente, y durante cuatro años, los madrugones y caminatas desde mi casa hasta la Escuela de Formación Profesional se sucedieron unos tras otros. ¡Y mucho ojo con llegar tarde y con las faltas de asistencia o faltas disciplinares! ¡Que te podían costar la expulsión del Centro!
Allí estuve cursando esos estudios hasta que cumplí quince años, cuando me entregaron el Diploma de Oficial de Tercera, que tanto sacrificio  me había costado conseguir.
¡Y de allí a la fábrica directamente! A ganarme el pan lejos de mi familia, viviendo en una pensión en una gran capital que desconocía por completo. Y a partir de aquí me pregunto: «¿Ya era joven? ¿O ya era adulto?».
No sé cómo ni porque un buen día me escuché cantando una romanza de Zarzuela y admirado de mí mismo, me dije: «¡Caramba, creo que esto puedo hacerlo yo!»  Después de esto mi objetivo era entrar en el Conservatorio de Música para  aprender solfeo en detrimento de ir a la Escuela de Maestría Industrial; cosa que, por otro lado, mi responsabilidad y mi conciencia  me decían que no debía hacer, pues era necesario estudiar para progresar en la carrera profesional ¡que yo no había escogido! Pero que, por entonces me suministraba el dinero necesario para mal vivir.
Así se pasaron otros tantos años, alternando mi afición con la obligación moral de estudiar.
Un buen día me despedí de la Empresa en la que trabajaba y aprovechando que era verano, fui a pasarlo junto con la familia, para después comenzar a preparar los trámites y documentos necesarios para emigrar a otro País.
Esos meses, junto con mi mejor amigo, al que creo haber conocido antes de que ambos supiéramos hablar lo recuerdo con mucho cariño. Mi buen compañero era muy mal estudiante y en Junio siempre le quedaba alguna asignatura pendiente para Septiembre, así que ese verano no fue diferente de otros.
Por este motivo, siempre estábamos juntos después de las horas que diariamente él tenía que ir a la academia. Los dos, junto con otros conocidos, formábamos un grupo divertido, en un tiempo en el que no teníamos ningún tipo de obligaciones ni cargas familiares a las que hacer frente.                                                                        
Entre mis nuevos compañeros había uno que tenía una bonita voz y frecuentemente cantaba dulcemente, como solamente para él, hermosas romanzas de Zarzuela. A este, le pedí que me pusiera en contacto con su maestra y de ella empecé a recibir clases particulares de canto y por su intermediación pasé a integrar el grupo coral de Educación y Descanso de la ciudad.

Ese verano conocí a una bonita chica del barrio que me gustaba mucho, y que formaba parte del grupo con los cuales pasábamos muy buenos momentos, cuando practicábamos inocentes juegos, aunque ya las hormonas nos pedían al cuerpo algo más que inocencia, sobre todo cuando íbamos a la playa.                                                                                                                                                
Al comienzo del curso escolar, cada tarde yo la esperaba a la salida del colegio y la acompañaba hasta su casa viviendo momentos muy románticos, para una pareja de adolescentes.                                                                                                                                             

Yo tenía la idea de irme para Alemania, pensando en que allí podría seguir estudiando canto, actividad que tanto me gustaba. Pero, por indecisión, las vacaciones se alargaron hasta el mes de Diciembre.
Acabado el verano, como yo no tenía trabajo donde pudiera ejercer mi profesión, decidí ayudar a uno de mis hermanos, que trabajaba   haciendo chapuzas como albañil. Él se sacaba un buen dinero con esto y mucho me extrañó que, de la noche a la mañana, se uniera a mi idea de emigrar. Lo de mi hermano apuntarse al carro de la expatriación sorprendió a toda la familia y a mí me trastocó los planes acerca del país a donde ir.
Durante este tiempo de transición se reforzó mucho mi relación con él, que era siete años mayor que yo.
Bonita fue aquella época de cambio, que recuerdo con cariño y nostalgia. No se me olvidan los paseos que hacíamos los domingos por la mañana montados en su moto. Transitábamos por la ya naciente “Costa del Sol” y admirábamos la belleza de aquellas playas, aún sin masificar de edificios, chiringuitos y hamacas.
El último evento en el que participé con el grupo de Educación y Descanso fue la representación de la zarzuela “La del manojo de rosas” en el pueblo de Antequera, que interpretaba la propia profesora como soprano.  
El viaje de vuelta recuerdo haberlo vivido con una mezcla de alegría y de tristeza, dada la proximidad de mi partida y de saber que muchas de aquellas amistades quizás nunca más volvería a verlas, y por supuesto no volvería a disfrutar momentos tan entrañables.                                                                                          
La despedida de mi abuela, a la que nunca más vi, es un recuerdo triste grabado en mi memoria. Muchas veces la veo sentada en una silla bajita, mirando a través de la cristalera del balcón para distraerse viendo pasar el día y a la gente por la calle.
Tampoco fue fácil decir adiós a la familia y sentir que tal vez no volvería a pisar aquellas calles que me vieron jugar y crecer.
Aunque estaba habituado a vivir solo, posiblemente me diera fuerza para emprender esta nueva andadura tan lejos de mi tierra,  la compañía de mi hermano.
Poco después saldríamos los dos  hacia Barcelona, donde embarcaríamos en un gran transatlántico con destino a Brasil.

Pero esa aventura ya la contaré en otra oportunidad.

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Los recuerdos del abuelo. (Prólogo)


 Los recuerdos del abuelo       

 (2)     Prólogo                (5/1/2014)                                                             

Días atrás hablaba con mi hermana, que es algunos años mayor que yo, y se me ocurrió preguntarle por un familiar del cual quería conocer algún detalle o episodio de su vida. ¡Cual no fue mi sorpresa cuando me dijo que no se acordaba ni de su nombre! Sentí entonces una gran tristeza al comprobar que tantos recuerdos, tantos momentos buenos o malos permanecerían en el olvido y consecuentemente en el desconocimiento de hijos, nietos y parientes más jóvenes. 
Decidí entonces recoger dentro de lo posible y con la mayor veracidad hechos y situaciones vividas hasta donde mi memoria alcance.
Trato en esta recopilación de pequeños relatos más que contar la historia de mi vida, que no tiene mayor relevancia, recoger los recuerdos que me afloran a la mente y sacarlos de dentro de mí para dar a conocer la vida que nos tocó vivir a muchos de los de mi generación, las costumbres de la época, las modas, las fiestas y tradiciones de mi tierra, la forma de distraernos y divertirnos los chiquillos en una época de censura cinematográfica y represión política, obligados a funcionar dentro del sistema nacional católico sindicalista implantado por el régimen franquista, ya que no existían otras alternativas de desarrollo y expansión al margen de la estructura establecida, o para poder vivir tranquilo so pena de sufrir las consecuencias de exclusión social, o si eras más combativo padecer penas de cárcel por el solo hecho de no aceptar las ideologías de los poderes  dominantes, él Estado y la Iglesia Católica.
Aquí me viene a la memoria el recuerdo de un compañero de trabajo de nombre Marcelino (no Marcelino Camacho el líder sindical que es posterior a estos relatos), que después de una manifestación (por supuesto no autorizada) de trabajadores por la Gran Vía de Madrid y Plaza de España, allá por el año 1958, acabó con sus huesos en la cárcel y de cuya situación carcelaria nunca tuvimos noticias.
También quiero contar la disciplina y la urbanidad exigida a los niños de la época y los métodos de estudio impuestos; donde primaba el aprendizaje memorizado, el conocimiento exhaustivo del Catecismo Ripalda, las asignaturas obligatorias de la Religión Católica y las de Formación del Espíritu Nacional,  y la separación por sexos en las escuelas.
Además de recoger las peripecias de la emigración allá por los años cincuenta y sesenta, cuando miles de españoles abandonábamos nuestro país para mejorar las condiciones de vida, para librarnos de hacer el servicio militar obligatorio, para conocer el mundo y otras culturas y, tantas e individuales razones que llevaron a cada uno de nosotros a abandonar nuestra tierra, la familia los amigos y las novias.
Dentro de estos relatos trato también de recoger episodios vividos dentro de las Empresas en las que trabajé; de los amigos que allí dejé y aún recuerdo y, con los que mantengo contacto y de otros no tan amigos; o malos jefes y gestores de los cuales no quiero acordarme.
No pretendo con esto dar lecciones o consejos a nadie, solo espero que alguien incluido mis nietos y bisnieto lo lean alguna vez para que, si son útiles estos relatos breves, puedan sacar algún provecho de ellos.
                                                                                                                                        
Después de mi jubilación, con motivo de asistir a un taller de “Literatura” y otro de “Grandes Lectores” que se desarrollan en los centros de mayores de la localidad donde vivo, se me ha despertado el “gusanillo” de escribir historias, algunas de vivencias propias y otras de ficción que como parte de los deberes del taller, la monitora nos da una línea central para que la desarrollemos.

De momento estoy feliz por abrir mi corazón y, poder hacer un modesto homenaje a mi familia y a mis amigos escribiendo los recuerdos, anécdotas y hechos acaecidos a lo largo de mi vida.

Desde estas líneas darles las gracias a los compañeros que cariñosamente, o por educación, han tenido la paciencia de escucharme narrar estos relatos y ahora a  posibles lectores que se hayan atrevido a entrar en esta página.   

Hasta siempre con afecto.

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