miércoles, 20 de abril de 2016

MISION ARRIESGADA


Misión arriesgada

Estamos en el año 2052. Hacía diez que había acabado la Tercera Guerra Mundial.

La carrera por el dominio del espacio cósmico había llevado a China y a Corea del Norte a desarrollar vehículos movidos con energía nuclear que, a velocidades hipersónicas, transitan por el espacio sideral.

Los “Servicios de Vigilancia del Cosmos” de los Estados Unidos han detectado movimientos inusuales de naves, en el trayecto de ida y vuelta a la luna, pero su industria apenas consigue desarrollar naves espaciales y armamento bélico, que pueda hacer frente a estas dos potencias militares y económicas.

Los telescopios de los que disponen no han apreciado ninguna actividad en la superficie lunar, pero los “Servicios de Inteligencia” sospechan que ambos países están implantando o desarrollando alguna actividad secreta en dicho satélite.

                                                 ……….

—Hola soy el coronel Chung-Hee. ¿Puede ponerme con la señora Haneul?

… —¡Diga!

—Hola cariño, esta madrugada he recibido una llamada de la empresa Korean Mining Corporation y deberé viajar hasta “taal”.

—Ve con cuidado, ¡mi amor!

—No te preocupes. Llegaré en poco más de cuatro horas.

—Llámame en cuanto llegues, ¡por favor! Y acuérdate de traer aquel sombrero de copa que dejamos olvidado en la habitación del hotel, cuando allí estuvimos, en la fiesta de Año Nuevo.

                                     ………

 

El coronel está a punto de abrocharse el cinturón de seguridad, cuando siente en su cabeza el frío metálico de un revólver. A su espalda dos sujetos desconocidos le instigan a poner la astronave en marcha.

Ambos son ciudadanos americanos de origen coreano y sus rasgos físicos no difieren de los que presenta el coronel. Por ello no les ha sido difícil con credenciales falsificadas como mecánicos aeronáuticos entrar en la base coreana de …..

Ya están aproximándose a la luna. Cuando la nave entra dentro de su órbita el coronel ejecuta una maniobra haciéndola cambiar de rumbo circunvalando su perímetro.  

La visión que se les ofrece al científico, doctor Anthony Price, y al agente especial de la CIA, Robert Bautman, es dantesca.

Los montes aparecían horadados dando paso a galerías, las cuales eran transitadas por infinidad de vagonetas que transportaban el mineral que había sido extraído de sus entrañas y que ahora se encontraban paralizadas.

Diseminadas por el territorio podían verse algunas construcciones que podrían ser hoteles, destinados a los jefes de la explotación minera y a los militares allí destinados.

Después de una inspección más exhaustiva, no pudieron constatar la presencia de cuarteles o destacamentos militares.

—Señor Chung-Hee, si usted colabora con nosotros, le prometemos no hacerle ningún daño —dijo el agente.

—Y qué me importa que no me hagan daño. Cuando sepan en mi país del secuestro de esta cosmonave, mi vida no valdrá nada. ¡Quizá sea mejor para mi reputación morir en vuestras manos!

—Sí, pero usted no ha contado con lo que le podría ocurrir a su familia —remarcó el doctor que estaba pendiente de la conversación.

—¡Sería algo que jamás me podría perdonar!

El agente añadió:

—No se preocupe, señor, su mujer y su hijo se encuentran viajando hacia los EE.UU. Pero ahora, dígame:

—Estas minas ¿están situadas en la cara oculta de la luna?

—¡Si, por supuesto! De esa manera no pueden ser detectadas desde la Tierra.

—¿Puede decirnos entonces cuál es su misión aquí? —continuó el agente.

—Bien, en esta mina que vemos se explotan los yacimientos de lo que hemos denominado Zintorcrita y, en ella prisioneros de guerra americanos trabajan como mineros. Pero están en huelga y debo negociar con ellos para tratar de acabar con el conflicto. Un día de paro en la extracción, supone unas pérdidas de cien millones de wones para nuestro país.

—¿Zintorcrita?  —preguntó el doctor intrigado.

—Sí, ha sido un descubrimiento sensacional. Dicho metal está siendo utilizado en la construcción de naves espaciales que pueden desarrollar velocidades de hasta 100.000 kilómetros por hora, sin sufrir ningún tipo de deformación estructural.

Autoritario, el agente conminó:

—Señor Chung-Hee, usted tiene que conseguir que la mina continúe siendo explotada, para no alertar a los dueños de la empresa y por ende al gobierno coreano. Dado que aquí no hay una fuerte presencia militar, en el plazo de tres días, nuestras fuerzas de élite del “Batallón de Intervención Rápida” podrán alunizar en estos suelos, para liberar a nuestros soldados que trabajan en régimen de esclavitud, y soterrar la mina, paralizando así la extracción de dicho mineral. Nosotros le acompañaremos en la negociación. Debe tener cuidado de no fracasar, porque le colocaremos este cinturón con explosivos que haremos estallar en el caso de que intente engañarnos.

—Y no olvide que su mujer quiere que le lleve de vuelta el sombrero de copa…  —le advirtió el doctor Anthony.

Han alunizado satisfactoriamente en el satélite y se dirigen hacia la entrada qué delimita el perímetro de la explotación minera.

Necesitaban coger por sorpresa al jefe militar de la mina, el teniente Dae-Hyun que ajeno a la llegada de su superior, sale a recibirle confiado.

Este se sorprende de la presencia de los dos viajeros que acompañan al coronel y de los cuales no tenía ninguna noticia.

—Buenas tardes teniente; cómo ha sido una decisión de última hora, tomada por el Estado Mayor, no he podido informarle de la visita del doctor Chin-Hwa y del experto en mineralogía, ingeniero Min-Kyung  —de esta manera presentó el coronel, dándoles nombres falsos, a sus acompañantes.

Llegados al recinto donde descansaban los militares que estaban de servicio, el agente de la CIA y el coronel, haciendo uso de sus armas reglamentarias subyugaron la pequeña guarnición.

La entrada a la mina no estaba exenta de peligro. El coronel no sabía del grado de excitación de los sublevados encerrados en las galerías, así que haciendo uso de un megáfono se dirigió a todos los allí confinados, para decirles en un perfecto inglés que estaba próxima su liberación, pero que el plan necesitaba de su colaboración para no alertar a los dueños de la Korean Corporation y por ende al gobierno coreano. 

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