martes, 1 de noviembre de 2016

PALADARES EXQUISITOS


Londres 1870. El “chef” Christian Haggard, poseedor de varios galardones culinarios, tenía el reconocimiento de la alta burguesía londinense, por ello diariamente, su restaurante “Goring Room” ubicado muy próximo al Parlamento Británico se llenaba también de renombrados políticos y comensales aristocráticos.
Su equipo de trabajo lo formaban experimentados cocineros, que el mismo había reclutado de otros afamados fogones tanto del país como de la vecina Francia.
Tenía a su servicio un pequeño grupo de ayudantes aprendices. Pocos chicos eran capaces de soportar la presión del trabajo y el carácter autoritario, rayando en el despotismo, del propietario del local.
Dentro de ese grupo de chavales, uno destacaba por encima de los demás, las tareas que le asignaban, las desarrollaba con soltura y eficacia. Su nombre era Luke muy querido por sus compañeros, dado su carácter afable y servicial. Sentimentalmente le unía un lazo de parentesco con el “chef”. Era hijo de su difunta hermana, a la cual le juró que cuidaría de él hasta que cumpliera la mayoría de edad. Este moraba en el sótano del restaurante donde su tío le tenía asignada una pequeña habitación y un minúsculo baño.
Si alguna vez otro restaurador le pedía algún aprendiz para llevárselo a su empresa, este dejaba ir al menos aventajado del grupo. Pero nunca se desharía de los servicios de Luke.
—Señor Haggard, este guiso está excelente, quiero felicitarle por la innovación que ha introducido añadiéndole ese toque de cúrcuma —le dijo Lord Kingsley cuando este pasaba entre los comensales para saludarlos e interesarse por la buena acogida de sus platos.
—Muy agradecido “my Lord” —respondió el chef al mismo tiempo que pensaba: «Dios mío, tengo que ver quién ha cometido semejante herejía culinaria».
Diariamente, después del cierre del local, este anotaba en un cuaderno de recetas sus notas personales sobre los platos elaborados, que guardaba celosamente bajo llave en su mesa de trabajo.
Pero aquella noche reunió a todos los trabajadores y les inquirió sobre la modificación de uno de sus platos sin su conocimiento. Ninguno de ellos se identificó como el autor. El “chef” maldijo, como era habitual en él, jurando que despediría sin ningún miramiento al que se atreviera a cambiar alguna de sus creaciones.
Después de aquella llamada de atención a su personal, el chef repitió la fórmula del guiso añadiéndole ese toque de cúrcuma que el ilustre comensal tanto había elogiado. El resultado a su paladar fue indescriptible, cambiando su opinión de “herejía culinaria” de forma inmediata a “condumio divino”.
Se aproximaba la fecha de la visita del Comité Gastronómico. Cada año dicho Comité valoraba los más afamados restaurantes y premiaba al mejor de la ciudad otorgándole el galardón y la medalla correspondiente.
…Aquel día había nervios y correrías en la cocina bajo su enérgica supervisión. Los cocineros preparaban las carnes y salsas, con la inestimable ayuda de los aprendices que les suministraban solícitos las especies y yerbas aromáticas que estos le pedían. Como siempre, era Luke el más solicitado por los maestros cocineros que además le permitían elaborar el majado, por el punto exacto y la textura que conseguía.
—Señor Haggard, sin duda el aroma de su “chutney the appel” añadido a ese sabor increíble de eneldos y jengibre, hacen de él una creación inigualable. Sin duda lo propondremos para ganar el primer premio de alta gastronomía —le dijo lleno de satisfacción el presidente del Comité.
Un ataque contenido de ira le hizo subir la sangre a la cabeza. Intentando no desconcentrarse del momento, agradeció los elogios:
—Muy honrado por su consideración, señor Presidente. Aguardaré expectante el resultado final de la votación —dijo; mientras tanto pensaba: «Quién será ese hijo de puta, que jode mis creaciones pero las supera con creces. ¡Tengo que acabar con él!».
Indignado espetó al cocinero que preparó aquel plato seleccionado por el Comité. Este le juró por su honor que nunca le traicionaría. Entonces indagó sobre quien le había ayudado a preparar la salsa de aquel plato.
Como castigo a su mal proceder el tío golpeó con saña a su sobrino. Posteriormente lo mantuvo durante algún tiempo encerrado y privado, la mayoría de los días, de alimentación, hasta que pudo deshacerse de él con la ayuda de unos vagabundo, a los que pagó, para que lo arrojaran al rio Támesis.
Cuando sus compañeros y amigos preguntaban por Luke; el tío respondía:
—Lo he mandado a París, para que siga aprendiendo, pues tiene un potencial increíble para la cocina.


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