jueves, 26 de enero de 2017


Visita anhelada

Se giró al escuchar el grito de una mujer. Esta seguía lentamente a la muchedumbre por la galería de Los Mapas en el Museo Vaticano.

El hombre no consiguió sujetarla a tiempo cuando percibió en su rostro una lividez inusual, propia de una lipotimia.

La mujer no llegó a desplomarse totalmente debido a la cantidad de gente que la rodeaba. Su cuerpo se apoyó inconsciente en el hombro de una chica… 

Aquella mañana no había comenzado muy bien para el reducido grupo de turistas apostados en la puerta de una Agencia de Turismo próxima a la Plaza de San Pedro.

La persona responsable les comunicó que la guía de habla española se encontraba indispuesta.

Pasaron unos minutos interminables. Entonces, para ganar tiempo, un empleado del establecimiento decidió llevarles caminando hasta la entrada del Museo, donde deberían esperar la llegada de otro cicerone.

La temperatura era gélida y el viento racheado les azotaba los rostros, única parte visible de sus cuerpos bien protegidos con chaquetones y capuchas.

Los telediarios matutinos, habían dado la noticia estremecedora de la muerte, en las calles de Roma, de ocho indigentes debido al frio polar que azotaba los países europeos.

De camino hacia la pinacoteca, el grupo observaba con asombro la multitud de personas haciendo, por su cuenta, largas colas para adquirir las entradas.

Llegados al punto de encuentro, vieron con estupor como el intérprete tampoco aparecía por ningún lado. Allí parados el frio se hacía sentir con intensidad. Ni los guantes conseguían impedir el entumecimiento de los dedos.

Durante aquel tiempo de receso los turistas tuvieron oportunidad de conocer, al menos, la procedencia de cada uno.

—¿Y vosotros, de dónde sois? —Preguntó un joven con fuerte acento catalán.

—Nosotros venimos de Brasil   —respondió el acompañante de una chica atractiva.

—¿Y cómo estáis con un grupo de habla hispánica?

—Com las prisas no temos podido encontrar una Agencia que tuviera un guía que hablara portugués. Yo no hablo inglés ni italiano; pero mi marido si entiende el español y ya me explicará lo más interesante  —les aclaró la chica de apariencia retraída.

—¡Pues nosotros somos de Méjico!  —Dijo en tono alegre un señor, alrededor del cual dos jóvenes muchachas sonreían.

—Nos hemos quedado un día más en Roma y cancelar nuestro vuelo de vuelta, con el consiguiente perjuicio económico. Pero no nos perderíamos, por nada del mundo, la visita a la Capilla Sixtina —argumentó su señora que vestía un vistoso “quechquémel”.

—Pues nosotros venimos de Madrid. Ya hemos visto la Basílica de San Pedro, el día de Reyes, pero no pudimos comprar el billete para el Museo y la Capilla, porque ambos estuvieron cerrados —dijo participando en la conversación un señor de mediana edad, acompañado de su mujer y su hija.

A seguir el señor se dirigió al joven brasileño:

—¿De qué ciudad venís?

—De Sao Paulo  —contestaron casi al unísono la joven pareja.

—¡Que coincidencia! Nosotros hemos vivido en Sao Paulo, y mi hija ha nacido allí —comentó el señor visiblemente satisfecho por la noticia.

—Mi padre es italiano. Também emigró para Brasil en el año 1950. Yo tengo un hermano que vive en Roma, es por eso que estamos aquí de visita  —agregó el joven.

—¡Qué bien! Así matáis dos pájaros de un tiro. Visitáis a la familia y aprovecháis para ver estas maravillas —remarcó el chico  catalán. 

En la puerta de entrada al Museo se arremolinaban los que ya tenían el ingreso y los que tenían que adquirirlo, formando un conglomerado humano donde era difícil distinguir al monitor de cada grupo.

Por fin, después de una larga espera, llegó el guía llamado de otra Agencia turística, este traía tras de sí a un nutrido grupo de visitantes. Para más “inri” no llevaba ningún banderín, floripondio o distintivo para hacerlo visible entre tantísima gente.

—¡Buenos días!  —saludó a los congregados—  Mi nombre es Máximo y soy el lazarillo que les acompañará. ¡Síganme, por favor!

El grupo entonces avanzó lentamente por entre las vallas de protección hasta llegar al portal del Museo. En el vestíbulo, le suministraron radioguía con auriculares para poder escuchar las explicaciones del monitor en el idioma pertinente.

El acceso a la Galería Pio Clementino se hizo difícil entre aquella multitud, y más complicado fue seguir al orientador y escuchar sus comentarios.

A veces fue preferible para algunos de los turistas no recrearse en la visión de alguna obra de arte, con tal de no perder de vista al responsable del grupo.  

A duras penas consiguieron llegar hasta el Apolo de Belbedere y hacerse alguna foto para el recuerdo.

Más adelante el monitor advirtió:

—A vuestra izquierda podréis ver el Grupo Escultórico de Laocoonte y sus hijos. Una obra descubierta en 1506 en la Colina de Esquilino. Realizada en mármol blanco por Agesandro, Polidoro y Atenodoro…

La masa humana se agolpaba ante la puerta, no muy ancha, de acceso a las estancias de Rafael. Allí estaban todos completamente parados.

Fue entonces cuando el cicerone les comunicó al grupo que lideraba:

—A causa de los preparativos necesarios para celebrar la Misa que el Papa oficiará mañana, para conmemorar el Bautismo de Jesús, siento comunicarles que la Capilla Sixtina acaba de cerrar sus puertas para las visitas.

En ese momento se escuchó en la Galería el grito desgarrador de una señora vestida con un “quechquémel”, que caía desvanecida en los brazos de su hija.

Una vez que la señora fue atendida por los servicios médicos del Museo, el grupo de turistas que se sintió visiblemente perjudicado, se puso de acuerdo para reclamar a la Agencia de Turismo la devolución del importe del tour contratado con ellos.

Después de una acalorada discusión, consiguieron que les fuera devuelta una parte del importe pagado.

La cantidad de la entrada fijada por el Museo no les fue reembolsada, a pesar de no haber podido completar la visita.

Al día siguiente, después de la misa en la Capilla Sixtina, durante la celebración del Ángelus, el Papa dijo literalmente:

«En estos días de tanto frío, pienso y les invito a pensar en todas las personas que viven por la calle, golpeadas por el frío y tantas veces por la indiferencia. Entretanto algunos no lograron sobrevivir. Recemos por ellos y pidamos al Señor que nos caliente el corazón para poder ayudarlos».

Mientras tanto la gallina de los huevos de oro del Museo Vaticano, continúa dando cuantiosos beneficios a las arcas del Banco Ambrosiano.

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domingo, 15 de enero de 2017

Tenacidad y heroísmo
             

En las reuniones familiares los hombres solemos hablar de las peripecias vividas durante nuestra etapa de soldado. Entonces me llegan recuerdos del servicio militar obligatorio que hice en el Sahara Español.

Mis compañeros de Arma y yo sufrimos los ataques del Frente Polisario, que atentaban contra los yacimientos de fosfato y las instalaciones de empresas españolas.  
En el año 1975, el rey de Marruecos, Hassan II, ordenó la invasión de aquellos territorios.
  
Mientras sucedía el desplazamiento de los integrantes de la “marcha verde” por el desierto, la administración española organizaba la Operación Golondrina, destinada a evacuar a los habitantes de aquella colonia entre los que, por mi situación militar, me encontraba.

Nuestra retirada dejó el campo libre al ejército marroquí que inició una táctica de tierra arrasada contra la población saharaui, incluyendo saqueos de sus hogares y envenenamiento de los pozos de agua.

Millares de mujeres, hombres y niños tuvieron que huir a través del desierto para refugiarse en Argelia.

Han pasado muchos años de aquellos desgraciados acontecimientos.

Desde entonces los saharauis viven en el desierto argelino, en la Hamada de Tinduf, una de las zonas más inhóspitas del mundo, donde no hay apenas electricidad y el agua potable la suministran por medio de camiones cisternas.

Un día, el grupo de amigos que allí estuvimos haciendo la mili, decidimos volver a aquellas tierras para encontrarnos con la realidad del pueblo saharahui y llevarles nuestra ayuda solidaria.

Nos reunimos con Brahím, jefe del consejo local, con Nasrat y Mansur en el campamento de Smara, donde quedamos asombrados de ver cómo habían conseguido sobrevivir en medio de aquel desierto estéril.

Nos recibieron hablando un castellano perfecto. Esperábamos que, después de nuestra salida de aquella colonia y de que hubiesen perdido la nacionalidad española, hablaran la lengua árabe o su dialecto llamado hasanía.

Al abrazarnos afloraron nuestros sentimientos más profundos y les pedimos sinceras disculpas por haberles abandonado a su suerte ante el avance de las tropas marroquíes.


—Ya veis, aquí la vida transcurre en la “haima” y el tiempo pasa lentamente soportando altísimas temperaturas, que contrastan con las lluvias torrenciales que a veces inundan nuestro campamento   —nos explicó el profesor Mansur.

—¡Cómo sentimos esta interminable situación que estáis atravesando! —dije bastante apenado.

—¡No merece la pena reabrir heridas! ¡Cuán equivocados estábamos los que pensábamos que hostigándoos conseguiríamos la independencia de nuestro pueblo! —dijo Mansur, tratando de suavizar la tensión.

—Os estamos muy agradecidos por la ayuda que desde España nos suministráis; pero no queremos vivir de las ayudas, sino de lo que produce nuestra tierra    — apostilló Brahim visiblemente emocionado.

—¡Tenemos una deuda moral con vosotros! Pero qué entereza demostráis llevando adelante, sin recursos, la escolarización de vuestros niños   —comentó nuestro compañero Fabián.

—Aunque desgraciadamente,  —recordó Mansur—  nuestros hijos tienen que abandonar la escuela al terminar el ciclo medio, y marcharse para continuar sus estudios en España, Cuba o Argelia. Muchos de los que aquí están trabajando tienen estudios superiores y ayudan a la comunidad en materia educativa y sanitaria.

—Sí, no podemos olvidarnos de que muchas de nuestras mujeres sufren de anemia y un tercio de los niños de desnutrición crónica   —apostilló el doctor Nasrat.

—De cualquier manera tiene un mérito extraordinario que hayáis podido construir, en medio de la nada, los pilares básicos de un Estado, Brahím  —insistí tratando de estimularles.

—Eso lo tenemos que agradecer a nuestras mujeres; ellas levantaron estos asentamientos y crearon su estructura administrativa mientras los hombres luchábamos contra las tropas marroquíes   — nos aclaró él orgulloso.

—Pero la lucha continúa  —exclamó Mansur—  ,mañana iremos a un desfile para reivindicar nuestro derecho de autodeterminación.

Al día siguiente, emplazados delante de la alambrada que separa el campo de refugiados del territorio ocupado, coreábamos las consignas en favor de la independencia.

Los ánimos se caldearon y un grupo de jóvenes arrancó parte de la valla, por donde penetraron en el suelo de su patria.

Brahím, brazos en alto, delante de la alambrada rota trataba de detener a aquella multitud enardecida. Un disparo le segó la vida al tiempo que una mina estallaba, arrancándole las piernas a un chaval de diecinueve años que había traspasado la barrera.
               
Todos huimos de allí despavoridos. Al anochecer cesaron los disparos y conseguimos recoger el cuerpo sin vida de Brahím. En sus manos, sostenía una revista donde podían leerse los versos del poeta Bahia Awah que comienza así:
Yo tengo un sueño. ¡Ese día de paz! (…)

El gobierno marroquí emitió un comunicado oficial afirmando que se habían efectuado disparos contra los militares, y que estos habían respondido convenientemente contra los manifestantes.


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