miércoles, 29 de agosto de 2018



Ajuste de cuentas - por Vespasiano



En la sombrerería Goorin Bros de Bleecker Street, en West Village, se fabricaban los más variados modelos de sombreros y pamelas, pero también servía de parapeto para camuflar los sucios negocios de su dueño.

Allí acudían los gansters de la capital neoyorkina para conseguir armas de fuego; documentación fraudulenta o placas para imprimir billetes falsos.

Aquella fría mañana de enero el joven Marcos, encargado de preparar los pedidos, y Mary, dependienta del comercio, mantenían una animada conversación:
—Chica, en este empleo no veo ningún horizonte de progreso.
—Tienes que demostrarle al señor Agnelli que estás capacitado para diseñar nuevos modelos de sombrero.
—Él solo quiere que entregue los pedidos a esos delincuentes.
—Debes tener paciencia.
—¡Sí, la misma paciencia que tengo contigo! Sabes que te quiero, pero no te decides a salir conmigo.
—Yo te aprecio; quien sabe si un día podríamos ser pareja.

El ruido de la puerta de la calle al abrirse truncó la conversación de ambos.
La dependienta se dirigió al hombre que acababa de entrar:
—¿En qué puedo ayudarle?
—¿Dónde está el señor Agnelli? —preguntó este, a modo de respuesta.
—¡Un momento, por favor! Voy a consultar si puede recibirle. ¿Cuál es su nombre, señor?
—¡Déjate de protocolos, estúpida! Llévame hasta él si no quieres perder el empleo.
—¡Mary, déjame que yo atienda al señor! Sígame por favor.

Pasaron ambos a la trastienda; el chico no pudiendo contener la rabia espetó al visitante:
—Usted, no debió tratar así a la chica.
—¡Cállate mocoso! Muéstrame el camino si no quieres que te pegue un par de hostias.
Atravesando un laberinto de pasillos oscuros, llegaron a la nave de fabricación. Allí una oficina privada albergaba la figura enorme de un hombre de aspecto autoritario.
—¿Qué te trae por aquí, amigo Cassiragi? —dijo el dueño, al verlo entrar decidido.
—Nada importante. Necesito un pasaporte urgentemente. Debo salir del país la semana que viene para cerrar un negocio en Colombia y no quiero tener problemas con la “pasma”.
—Hacía tiempo que no venías por aquí. ¿Es que no te han satisfecho nuestros últimos trabajos?
—Sí, pero desde que tienes negocios con Correlli, no me fio de ti, y mucho menos de él. La semana pasada, el muy cabrón, me chafó el negocio de las gasolineras de Manhattan… Bueno, toma estas fotos y consígueme el documento y el visado para el próximo jueves. Yo mismo vendré a recogerlo.
Estas últimas palabras fueron perfectamente audibles por el chico que continuaba haciéndose el remolón dentro de la oficina.
El dueño al verlo le increpó:
—¿Todavía no has ido a entregarle el pedido al señor Correlli?
—Ahora mismo voy.

El tal Correlli apenas se dejaba ver y casi nunca acudía a reuniones de mafiosos. Tenía el pelo de color excesivamente rojo y esta era una seña identificativa difícil de ocultar. La policía neoyorkina y el FBI estaban pendientes de sus movimientos y de sus turbios negocios de distribución de estupefacientes; extorsiones; secuestros y blanqueo de dinero.

Al entregarle el pedido; un sombrero tipo Indiana de ala ancha, Marcos aprovechó para dejarle una nota manuscrita:
«El capo Cassiragi irá el jueves a la sombrerería».

Aquel día, Cassiragi vestía un imponente chaleco antibalas, por debajo del abrigo, que lo hacía parecer más robusto. Desconfiaba de la lealtad de Agnelli. Después del cebo que le había puesto presentía que podría sufrir una emboscada. En el bolsillo del gabán una impresionante Parabellun calibre nueve milímetros aguardaba el momento de entrar en acción.
Recogió los documentos que había solicitado, de manos del señor Agnelli y cuando se disponía a abandonar el local, inesperadamente un coche subió encima de la acera. Varios hombres armados, dispararon indiscriminadamente, haciendo saltar en pedazos la luna del escaparate, hacia el interior del comercio.
Al sonar los primeros disparos; tanto Marcos como Mary se arrojaron al suelo, resguardándose detrás del mostrador.
Varios proyectiles impactaron en el pecho protegido del capo. Este fingió haber sido abatido y se desplomó en el suelo. Momentos después Correlli entraba en la tienda para cerciorarse de que su enemigo estaba muerto.
Entonces Cassiragi sacó el arma del bolsillo y descerrajó un par de tiros en la cabeza del capo. Acto seguido corrió a refugiarse, donde estaban a cubierto los dos chicos. Al asomar este la cara, por el lateral del mostrador, el joven Marcos le propinó un tiro entre ceja y ceja destrozándole el cráneo, al tiempo que le decía:
« ¡Ya te dije que no deberías haber tratado así a la chica! ¡Hijo de puta!»


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