El último beso
La precaria situación económica de muchos países
europeos, a finales del siglo diecinueve, obligó a miles de personas a emigrar
para encontrar mejores oportunidades de trabajo.
Después de una larga travesía, llena de vicisitudes,
logró arribar al puerto de destino la embarcación que llevaba a la familia de Miguel.
Éste tenía tan solo dos años de vida.
Un día jugando con su hermano se bajó del tranvía en
marcha, cayendo al suelo con tan mala fortuna, que una de las ruedas le pasó
por encima amputándole la pierna derecha a la altura de la rodilla.
Pasado el tiempo aprendió la profesión de sastre y se
estableció como socio en un taller de costura junto a un prestigioso alfayate italiano.
Como por entonces su situación económica se lo permitía,
decidió viajar para visitar a sus abuelos que en su tierra habían quedado.
En su pueblo natal conoció a una joven con la que
quedó comprometido. La que más tarde fue su mujer y con la que tuvo una hija.
Pero aquellos años fueron muy duros para la inmensa
mayoría de los trabajadores. Los pescadores y los campesinos de su pueblo
también mal sobrevivían con los míseros jornales que cobraban y con la
precariedad del trabajo al cual podían tener acceso. El caciquismo imperaba en
el campo, y los terratenientes mantenían sin cultivar sus fincas haciendo que
los braceros formaran una legión de parados miserables.
Con la llegada de la República muchas cosas se quisieron
cambiar en poco tiempo, pero se encontraban siempre y sistemáticamente con la
férrea oposición de la oligarquía que boicoteaba cualquier ley que intentara
mejorar las precarias condiciones de la clase obrera, y que entre otros
estamentos la Iglesia Católica justificaba esa situación calamitosa como un mal
necesario para el mantenimiento del sistema conservador en el que querían
vivir.
Frente a la pobreza, el Gobierno de la República se
sirvió de Juntas de Socorro, que crearon comedores de caridad para mitigar el
hambre de campesinos y pescadores y evitar que estos mismos violentamente
conspiraran contra los elementos pudientes, distribuyéndose de forma racionada,
a veces mediante vales para los más pobres, alimentos y artículos de primera
necesidad.
Miguel, sin estar encuadrado
en ningún partido político, en la pequeña ciudad donde ejercía su profesión, fue
requerido para ser presidente de un Comité de Enlace del Frente Popular.
La situación económica y social del país, así como el
fuerte poder de la Iglesia Católica y la enorme influencia que ésta ejercía
sobre gran parte de la población, aliada a la fortaleza de las clases pudientes
y el apoyo de los militares a esta clase dominante, impidieron que las reformas
de educación, agraria, etc. se pudieran llevar a cabo.
Por eso no fue posible consolidar el Gobierno de la
República. Cualquier ley promulgada era boicoteada sistemáticamente por las
clases dominantes y la enorme intransigencia por ambos lados, dieron lugar a
que sucedieran los hechos tan crueles que todos conocemos.
Un puñado de militares subversivos se levantó contra
el Gobierno de la República invadiendo la península con tropas reclutadas de
las posesiones que España mantenía en África.
Los habitantes de los pueblos ribereños del sur de
España, ante el avance de las tropas golpistas y el temor de represalias por
parte del ejército rebelde, abandonaron sus hogares y sus pertenencias. Cada
cual utilizó loa medios que tenía disponible, siendo que la inmensa mayoría, indefensos
y despavoridos, lo hizo a pie por la carretera que bordea la costa, cuando entonces
fueron bombardeados por los buques de la Marina española y por la aviación
italiana que ayudaban a los rebeldes.
Miguel y su familia consiguieron huir en un camión repleto
de gente dentro del cual recorrieron la zona castigada por las bombas. Muchas
veces tuvo el conductor que refugiarse dentro de los túneles que por aquel
entonces había en la serpenteante carretera, para protegerse de los ataques que
desde el mar les lanzaban los barcos enemigos.
Lograron sobrevivir durante toda la contienda alojados
en un colegio hospital regentado por religiosos protestantes de nacionalidad
británica, donde su mujer trabajó lavando las ropas de las camas y la de los
chicos allí recogidos que habían perdido a su familia, hasta el final de la
guerra.
Animados por la promesa y el edicto promulgado por los
vencedores que decía: “Las personas que no tengan delitos de sangre cometidos en
la retaguardia de las ciudades y pueblos que se mantuvieron leales al Gobierno
de la República podrán regresar a sus lugares de origen sin temor a
represalias”, decidieron volver a su pueblo natal para reiniciar sus vidas.
Fue detenido por la policía secreta dentro del tren
que les llevaba de vuelta a su casa. Le pidieron salvoconductos, que él no
tenía, para moverse libremente por lo que fue inmediatamente esposado y llevado
lejos de la presencia de su familia. Ante aquella situación de violencia su pequeña
hija se orinó encima del miedo que había pasado, llorando la ausencia de su
padre.
Viendo la constitución física de aquel hombre no
podría uno imaginárselo teniendo participación activa en cualquier frente de
batalla manejando un fusil, ni alentando a las “hordas” a cometer desmanes y a
quemar las Iglesias.
Tuvo un sumarísimo juicio militar sin ninguna
posibilidad de defensa donde fue condenado. Recluido en la cárcel llegó a ser
torturado. Cayó al suelo cada vez que lo golpearon ya que no pudo mantenerse en
pie a causa de su minusvalía. Una de sus piernas era una precaria y rústica
prótesis de madera que él amarraba por medio de un correaje para fijarla a la
cintura. Además le era necesario ayudarse de un bastón para caminar y
mantenerse en equilibrio.
Aquel miércoles, como hacían cada semana, la niña pudo
ver por última vez a su padre en la celda de la cárcel; le llevaron algo de pan
tierno, un poco de tocino fresco y algunas naranjas. Al despedirse éste le
abrazó con tal fuerza que casi le crujieron los huesos al tiempo que recibió en
su frente un beso lleno de ternura, mientras lágrimas le resbalaban por el
rostro.
A la semana siguiente la niña le dijo a su madre:
—¡Hoy es miércoles! ¿No vamos a ver a papá?
—¡No hija, no! ¡Hoy iremos a la iglesia! El Obispo nos
ha ordenado ir a la misa que se va a celebrar para la “redención de los rojos”.
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