DOMINGO EN EL PARQUE.
Capítulo primero.
Salomón es un delincuente
que anda metido en bandas criminales con las que roba coches de alta gama. Hace
poco que estaba conduciendo de forma temeraria por la Avenida Veintitrés de
Mayo a sabiendas de que, en la ciudad de São Paulo, si la policía lo hubiera
parado bastaría con haberle entregado la documentación del coche junto con un
billete de veinte reales.
Lleva prisa porque
necesita contactar con alguno de los jardineros del Parque de Ibirapuera antes
de que salgan para comer.
Así que se acercó al
hombre que se encontraba cuidando de los aspersores de riego automático.
—Hola, ¿qué tal se
presenta el día?— Preguntó con aire desenfadado.
—
¡Jodido! Aquí se curra demasiado para la
mierda de jornal que te pagan. Y encima si el césped se quema por causa de la
sequía te mandan a la calle sin ninguna indemnización— Respondió visiblemente
malhumorado.
—Bueno,
a lo mejor lo que le voy a proponer le ayuda para llegar a fin de mes.
—¿Me quiere vender algún
décimo de lotería? Mi paga no me alcanza para comprar rifas.
—No, yo no vendo
papeletas ni seguros.
—¿ Qué pasa, es usted
Papá Noel?
—Pues no, pero me gusta
regalar alegrías a la buena gente.
—¿Y cómo sabe usted que
soy buena persona?
—Porque frecuento el
parque y le he observado cuidando con cariño de la zona que le tienen asignada.
—
¡Es la primera vez en mi vida que alguien elogia
mi trabajo! ¡Es para desconfiar! ¿Y qué quiere regalarme? Seguro que me lo
tendré que ganar.
—
Si, pero podrá llevarse una buena propina.
—
¿Y qué es lo que tengo que hacer?
—
Permitir que pueda dejar a resguardo el
material que traigo cada domingo que vengo a pescar al lago. Me molesta cargar
con todos esos bártulos.
—
Pero yo no trabajo los domingos, y la
caseta donde guardo las herramientas la comparto con otros jardineros.
—
No, no se trata de la caseta, que queda
lejos de aquí. Lo que me interesa es tener un sitio próximo al lago. Había
pensado que tal vez podría guardarlo en un sitio como aquel. En el hueco que hay
dentro del registro.
—
No creo que quepan allí sus cañas telescópicas y la caja con los
aparejos.
—
Bien, quizá habría que agrandarlo un poco,
pero le retribuiría por ello. Cada mes le pagaría un… digamos “alquiler” por el espacio ocupado.
Piénselo.
—
Será difícil. Además hay un plus añadido: yo no soy el encargado de los jardineros, y si
él se da cuenta de que estoy agrandando el hueco, querrá saber por qué lo hago.
—
Bastará que aproveche cualquier día en que
él se ausente para ir al médico. Me consta que está en trámites para que le
intervengan quirúrgicamente.
—Es complejo lo que me propone… También están los compañeros que son unos
cotillas y esto me podría costar el empleo, que aunque no es para tirar cohetes
es mejor que no tenerlo.
Salomón
viendo que el jardinero titubeaba en aceptar su propuesta, insistió:
—Mire,
el registro que me podría venir bien es el que está medio escondido entre los
setos próximos al puente chino. Precisamente la frondosidad de ese lugar
proporciona una invisibilidad que me parece idónea para realizar los trabajos de
ensanchar el hueco sin levantar sospechas.
—No
sé, no sé. Lo veo arriesgado. ¿Y merecerá la pena?
—Estoy
hablándole, aunque no se lo he dicho todavía, de una suma importante… Como
habrá podido intuir, el motivo de poder utilizar ese hueco no es sólo para tener
guardadas las cañas; ya sabe…
—¡Peor
me lo pone usted! Si lo ven los compañeros querrán lucrarse con ello.
—En
cuanto a eso no habrá ningún problema, mis jefes son bastante generosos. Lo que
será importante es que la tapa del registro la perfore con algunos agujeros de
forma que pueda penetrar aire fresco para evitar la humedad dentro del hueco.
—Creo
que antes de meter mano a la ejecución, tendría que comprar a mis compañeros
para que no se vayan de la lengua.
—¡Sin
duda! Piénselo. La próxima semana pasaré por aquí y si está de acuerdo, para
empezar le entregaré quince mil reales.
Los
ojos se le hicieron chiribitas al jardinero que no había visto ni de lejos una
cantidad de dinero como aquella.
—
No se preocupe; probablemente tengamos que
sobornar a algún policía para que haga la vista gorda. Pero todo eso lo tenemos
contemplado.
Y
diciendo esto se alejó de allí dejando al jardinero atareado con su faena.
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