Hallazgo (20/01/15)
Autor Vespasiano
Autor Vespasiano
Paseaba como cada
tarde, por las afueras de su pueblo, su caminar era más lento y penoso
debido a la inflamación de los nervios de sus metatarsos y esto le producía
fuertes dolores en la planta de los pies, que él aguantaba estoicamente pues no se
resignaba a quedarse postrado en un sillón viendo la televisión. ¡Eso ni
pensarlo! ¡Él que había sido el máximo goleador de la liga de fútbol juvenil
y había llegado incluso a entrenar en el mejor equipo profesional de su país! ¡De ninguna manera!
Sumido en sus
pensamientos, sin darse cuenta, se había alejado demasiado por el camino hasta
llegar a la alameda que bordeada de cipreses conduce al cementerio. Hacía
mucho, mucho tiempo que no visitaba ese lugar. ¡Desde que muriera su querida esposa!
Penetró en el
camposanto y mientras andaba, miraba distraído los diferentes túmulos y
panteones recordando aquellas personas que allí yacían y que antaño fueron
parte de la historia viva de ese pueblo. De repente su mirada se fijó en la
tumba de un famoso viajante aventurero del lugar, que murió accidentalmente de
manera trágica, y del cual contaban innumerables historias y proezas.
Vio
con tristeza el estado de abandono en que se encontraba, y se aproximó a ella. Limpió la lápida cubierta de polvo y, pudo volver a leer el epitafio que lo
recordaba. Decía así: “Al Héroe Patrio que en ambas contiendas mundiales, luchó derrochando bravura y coraje para la
salvación de los habitantes de este pueblo, dedicando su larga vida al servicio
de la Libertad”.
A través de una
rendija y a pesar de la poca luz que penetraba por él, pues ya estaba cayendo
la tarde, se fijó que allí dentro y casi cubierto por piedras y cascotes, que
se habían ido desprendiendo del techo, había un pequeño arcón del cual
brillaban las cerraduras de hierro. Curioso e intrigado quiso saber
que podría contener dicho cofre y ayudado de la empuñadura de su bastón, logró traerlo para cerca de él.
Seguidamente con ayuda de una piedra lo suficientemente grande, pero adecuada a sus menguadas fuerzas, golpeó la pared del túmulo próximo a la abertura que ya había hasta agrandarlo, de forma que pudiera penetrar su brazo y parte de su cuerpo, para poder alcanzar el asa del arcón. Lo arrastró y lo elevó hasta sacarlo a la luz pues el mismo no pesaba demasiado.
Seguidamente con ayuda de una piedra lo suficientemente grande, pero adecuada a sus menguadas fuerzas, golpeó la pared del túmulo próximo a la abertura que ya había hasta agrandarlo, de forma que pudiera penetrar su brazo y parte de su cuerpo, para poder alcanzar el asa del arcón. Lo arrastró y lo elevó hasta sacarlo a la luz pues el mismo no pesaba demasiado.
Nervioso y
expectante golpeó hasta abrirlas, las dos cerraduras que lo mantenían cerrado.
Levantó la tapa y removió el contenido del mismo que al tacto de su mano se
desmoronaba como la ceniza; pero eso no ocurrió con un pequeño cilindro
metálico que sacó del arcón y lo abrió desenroscando la tapa, no sin alguna dificultad
debido al oxido que se había depositado en el mismo. Sacó
lo que había dentro de él y en una rápida inspección vio lo que contenía. Se
guardó el cilindro bajo el abrigo y a paso lento tal como llegó abandonó el
camposanto.
Aquella noche mal
pudo conciliar el sueño, no veía la hora que amaneciera para ir hasta el sitio,
que en el documento encontrado mostraba, donde se encontraba la fuente de la juventud,
Aquella que le daría la fuerza y el vigor necesario para enfrentarse a la
artrosis, al reuma, al terrible Parkinson, e incluso al temible Alzheimer.
Al
alba se levantó diligente de la cama. Llenó su cantimplora de agua para la
jornada y preparó algo de comer para aguantar la travesía. Metió en su mochila una potente linterna que
aún conservaba y una garrafa vacía con la intención de abastecerse por un
tiempo de aquella agua milagrosa.
Se pertrechó adecuadamente para realizar la caminata. Calzó sus botas de montañero y vistió la zamarra de senderísta que hacía mucho tiempo
permanecía colgada en el armario. Se caló su pasamontaña, previendo que en
aquellas latitudes el frío se dejaría sentir y se armó de valor para emprender tan ansiada aventura.
Por el camino apoyándose en su cayado,
pensaba, «¡Dios! ¡Y la tenía tan cerca! ¡Bastaba atravesar el bosque que rodea el pueblo y entrar en la Gruta del Ensueño que tan escondida y oscura estaba!»
Al penetrar en
ella le fue necesario contener la respiración. ¡Oh Dios! ¡Qué hedor tan insoportable!
Al final de la misma,
en el fondo de una hondonada de difícil acceso, brotaba agua de un color verde
cenagoso.
Nuestro hombre
tenía que llegar a ella como fuese. Tenía que beber de aquella agua prodigiosa.
Se apoyó mal al intentar descender; el dolor de la planta del pie lo hizo gemir;
titubeó, perdió el equilibrio, se soltó de la rama a la que estaba asido y
cayó. Casi aturdido por el golpe bebió de esa agua hasta saciarse.
..... De repente
un rayo de luz intenso y cegador le hizo sentirse más liviano, más feliz y
relajado. Entonces su cuerpo se incorporó, se asió con fuerza a cada saliente
de las rocas consiguiendo elevarse por encima de la hondonada y salió corriendo
de la gruta. ¡Ya no le dolían los metatarsos, ahora gritaba y reía de alegría!
Llamaba por su
madre, preguntaba por María; la niña que fuera el amor de su vida. Buscaba al
maestro que le enseño a leer; a su perro. Quería encontrar la casa familiar en
la que creció y volver a reunirse con sus hermanos.
...Pero todos con
los que se encontraba por las calles, les decían que ninguno de ellos ya existían, ¡que todos habían muerto!
Desesperado, se preguntaba
tristemente:
«¿Con quién voy a jugar ahora?» «¿Para qué
quiero ser joven si no tengo aquí a las personas que más quiero en este mundo?»
...Después, sintió como le invadía una paz interior indescriptible. Solo entonces
abandonó su loca carrera sin freno.
...Ahora, pensó, «¡quizás los encuentre a todos
en el lugar a donde voy!»
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.....Lo echaron de
menos en el café y en el centro de mayores. Al cabo de tres días, la policía
inició su búsqueda a petición de sus amigos más allegados.
Registraron su
casa y sus pertenencias y hallaron el códice secreto que él mismo había
descifrado; no en vano perteneció a la resistencia de su país donde aprendió a
desentrañar códigos nazis durante la segunda guerra mundial.
Junto había un
rudimentario mapa de la comarca que tan bien conocía debido a sus incursiones clandestinas,
durante el transcurso de la contienda y, que él mismo había diseñado señalando la
localización exacta de la fuente de la eterna juventud.
.....El mensaje cifrado decía: “ Mas allá del bosque iluminado, al norte de la peña encantada, en el interior de la Gruta del Ensueño, mana un agua sagrada cuyas propiedades minerales, rejuvenece, fortalece y da vigor al que la bebe”.
La misiva continuaba diciendo: ¡Yo he bebido de esa agua! Y en contraste
con mi apariencia corporal, tengo 142 años de edad y espero vivir muchos más.
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Un gran relato Vespasiano. En cuanto tenga más tiempo continuaré con la visita del blog. Un saludo.
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