El último beso.
Formaban una bonita
pareja cuando iban a la playa o paseaban por el parque de la ciudad. Ella era Mari
Carmen, tenía un rostro precioso y una sonrisa que cautivaba. Su conversación
era culta y agradable, no en vano cursaba las materias propias de Bachiller, en
el Instituto.
La familia de ella,
burguesa y conservadora no veía con buenos ojos que la chica pudiera inclinarse
por escoger a un chico que no fuera de su clase social, por eso solo la dejaban
salir con los amigos pudientes del barrio, pero no sabían que él formaba parte
del grupo.
En cuanto a preferencias
quedaba claro que el chaval que le gustaba era Fernando.
Era el muchacho pobre,
pero más listo, de la pandilla. Había terminado el primer año de la Formación Profesional
en una escuela del gobierno y siempre sacó buenas notas para orgullo de su
familia. Nunca repitió un curso, al contrario de algunos de nosotros que año sí
y otro también tuvimos asignaturas del Bachillerato pendientes de aprobarlas en
septiembre.
Vivían en la misma calle
y en casas casi enfrentadas. Desde cualquier balcón de una de ellas podían
verse los de la otra. Allí la bonita cara de Mari Carmen se asomaba para combinar
con Fernando las andanzas diarias de aquel verano de mil novecientos cincuenta
y siete.
Cada mañana iban andando desde
la calle en que vivían hasta la costa, atravesando el túnel de la Coracha y, lo
hacían abrazados con la connivencia de la chica que siempre la acompañaba. Después,
bajando los jardines de Puerta Oscura llegaban a la playa de La Malagueta.
En bañador la chica era
una delicia para la vista. Sus bien formadas hechuras suponían para la
imaginación un torrente de bellos deseos. Pero en aquellos años de censura ideológica
y religiosa se conformaron con realizar inocentes y distraídos juegos con los
que rebajar la libido.
A veces y, a escondidas, en
algún quiosco del parque tomaron alguna cerveza para mitigar el calor de
aquellas fechas transgrediendo de esa manera, como menores de edad, las rígidas
normas establecidas.
Por aquel entonces las
tardes veraniegas se hacían largas y apacibles jugando en las calles del barrio,
charlando sentados en los portales de sus viviendas o disfrutando en el mes de
junio de la “quema del judas” en la noche del día veinticuatro.
Al cine de verano se
escaparon muchas noches en compañía de la chica que trabajó en su casa como
empleada doméstica.
En
agosto, durante las fiestas locales, pude verles disfrutando de las atracciones
de la feria y de las canciones de los grupos musicales que comenzaron a surgir,
o de los conciertos que dieron algunos cantantes famosos de la época en los recintos
que fueron habilitados para tal fin.
Cuando en septiembre
comenzó el nuevo curso, él salía apresuradamente de la escuela y solía
esperarla diariamente a la salida del Instituto y, agarraditos de la mano iban hasta
sus casas, despidiéndose entonces con un beso casi de hermanos una calle antes
de llegar a sus domicilios.
También en los guateques
domingueros era frecuente verlos bailando muy juntos, cara con cara, las
canciones de Lucho Gatica, Nat King Cole o The Platters y, otras más movidas de
Rita Pavone, o de Elvis Presley.
Durante la semana santa,
la asistencia a los desfiles procesionales por las calles de la ciudad, era
otra ocasión de encuentro para la pareja que perdidos entre la multitud, se
adentraba en la oscuridad que propiciaba los frondosos setos del parque para
robarle algún beso.
Así se pasaron tres
largos años de sus vidas hasta que él terminó la Formación Profesional.
Debido a la situación
precaria que atravesaba el país, acabado el verano de mil novecientos sesenta,
Fernando decidió emigrar.
El día de la despedida en
la estación de ferrocarril pude ver las lágrimas de ambos resbalando por sus rostros,
mientras se regalaban el beso más tierno y apasionado que una persona pudiera
dar y recibir.
Días más tarde embarcaría
en un transatlántico con rumbo a un país lejano para encontrar mejores
oportunidades de trabajo.
En octubre la chica se
trasladó a Granada para estudiar en la Universidad, la misma carrera que su
padre.
Ellos mantuvieron correspondencia
durante algún tiempo y sus cartas a nombre de Mari Carmen siempre llegaron a mi
dirección.
La distancia hizo que él
acabara olvidándose de ella.
…Cuando Mari Carmen en
tiempo de vacaciones coincidía conmigo, triste y abatida, siempre me preguntaba
si tenía noticias de él.
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