El
hombre afortunado. Autor: Vespasiano 30/06/2018
Llevaba
un hacha en la mano. Se le veía sudoroso y cansado, no en vano había estado
toda la mañana troceando los troncos de árboles que días atrás había estado
cortando con la sierra mecánica que diestramente manejaba. También, ¡después de
tantos años trabajando como Bombero en el Condado de Madera!
Peter
Sanwis, sabía por las noticias
difundidas por la radio; que a pocos más de cincuenta kilómetros de su cabaña a
orillas del lago Bass, el fuego había afectado mayoritariamente zonas de bosque y matorrales del
Parque Nacional Yosemite en California.
También
sabía que, concretamente, en aquel lugar del Parque estaban alojados, junto con
sus familias, de manera provisional un contingente de trabajadores indígenas mejicanos, principalmente guanajuatenses, que trabajaban
en las plantaciones agrícolas así como en la deforestación del Parque, asolado
en esas fechas del mes de julio por una larga sequía, unida a unas insólitas altas temperaturas.
Había visto, en sus largas caminatas por las rutas
senderistas, como estos trabajadores vivían agrupados
en caravanas y viviendas prefabricadas en unas condiciones precarias de
insalubridad y de alimentación. Algunos de ellos tenían una familia compuesta
de varios miembros entre los que destacaban chiquillos de corta edad que
habitualmente deambulaban libremente en ausencia de sus padres y sin los
cuidados de sus madres, dedicadas a las tareas domésticas y vigilancia de los
más pequeños.
Sin pensarlo dos veces subió a su vehículo todo
terreno y se dirigió rápidamente por vericuetos increíbles, de
difícil acceso, pero que él muy bien conocía, hacia Laikeshores donde estaba
instalado el campamento base, ahora amenazado por las llamas.
Mientras tanto la radio del coche informaba:
“El foco del incendio está situado en el pequeño núcleo
poblacional de Old el Portal al oeste del Parque Yosemite”, donde muchos
trabajadores indígenas se han visto rodeados por las llamas”. “El fuego avanza rápidamente y
ha sorprendido a los bomberos que pretendían llegar en auxilio de esos
trabajadores que limpiaban los senderos y cañadas próximos a la localidad de Oakhurst”. “Cuando los
bomberos han accedido al lugar, se han encontrado con tres camiones y varios
vehículos todoterreno completamente calcinados”. “En vista del cambio de
la dirección del viento, desde el puesto de coordinación, el comandante jefe del
operativo ha recibido la orden de ir en ayuda de las familias de esos
trabajadores que están instalados provisionalmente en zonas de acampada del
Parque para desalojarlos”.
Peter Sanwis, ahora jubilado, lejos de arredrarse pensaba mientras
conducía: «Tengo que ayudar a esas pobres criaturas». «Tengo que colaborar con
mis antiguos compañeros».
Pero
si el vehículo corría todo lo que le permitía lo escarpado del terreno, el
fuego se propagaba más rápidamente.
Veía
a través de las sucias ventanas del coche, por encima de su cabeza, las fulgurantes
y amenazantes llamas descendiendo de las laderas de la Sierra National Forest
acercándose al campamento.
Próximo
a la zona amenazada el intenso humo desprendido de la ignición de la resina de
los árboles se dejaba sentir tornando casi irrespirable el aire.
El
calor resecaba su garganta, pero siguió adelante con la intención de llegar cuanto
antes para ayudar a quien pudiera, antes de que fuego los achicharrara.
No
había alcanzado aún los límites del Campamento, cuando llegó hasta el vehículo el
sonido de un enorme griterío. Al doblar el último recodo del sendero el corazón
se le encogió; a pesar de la poca visibilidad pudo ver a un sinfín de criaturas
que corrían desesperadamente de un lado para otro procurando reunir a los
miembros de la familia o buscando una salida para huir de semejante infierno.
«La
había visto en una de sus excursiones; tenía una carita inocente donde dos
velas de moco, le asomaban por su nariz. Caminaba descalza y su vestimenta bien
ajada denotaba una falta de cuidado corporal. Sus ojos grandes y negros le
miraron con ternura. Él se detuvo sacando de su mochila una tableta de chocolate,
que le ofreció. Esta le dio las gracias cogiéndola con avidez y se alejó
dedicándole la más cariñosa de las sonrisas».
Detuvo
el vehículo y descendió de él apresuradamente. Se dirigió al maletero y sacó de
allí un megáfono. Empuñó de nuevo el hacha en su mano diestra y corrió al
encuentro de aquellas mujeres que aterradas no sabían hacia dónde dirigirse
cargando en sus brazos a las criaturas más pequeñas mientras los chiquillos que
podían andar se agarraban fuertemente a las faldas de su madre.
Peter
Sanwis les informaba por medio del megáfono que deberían coger toallas
empapadas en agua y que se taparan la nariz para que pudieran respirar sin
inhalar el humo sofocante que les estaba afectando a los ojos haciéndoles
llorar.
Con
gestos ostensibles les mostraba el camino que deberían seguir entre los árboles
para alejarse de allí.
El
fuego había llegado a las viviendas situadas en un extremo del campamento,
desde allí venían mujeres que gritaban desesperada: «Hay niños dentro de las
viviendas y las puertas están trancadas».
Peter
Sanwis indagó con una de las mujeres:
—¿Por
qué están solos?
—Sus
madres han salido esta mañana para comprar en el mercado de Big Creek —le
respondió la mujer.
Para
las casas incendiadas se dirigía Peter cuando los primeros vehículos del Cuerpo
de Bomberos de Fresno llegaban al escenario dantesco. El jefe de la patrulla
reconoció al instante la figura de Peter recriminándole su actitud:
—¡Peter,
ya estamos aquí! ¡Vuelve a tu coche y lárgate! No tienes el equipamiento
adecuado para intervenir en un incendio de esta magnitud.
Volviendo
hasta el coche del que había bajado, el jefe de la patrulla sacó de él una
máscara antigases y un casco ofreciéndosela al antiguo compañero:
—¡Ponte
al menos esta máscara, insensato! ¿A dónde vas sin protección? ¡Lo mejor que puedes hacer es marcharte de
aquí antes de que el humo te llene los pulmones!
Peter
se colocó la máscara y haciendo caso omiso de las advertencias del compañero, continuó
avanzando hacia las viviendas afectadas por el fuego. Muchas de ellas tenían
la puerta abiertas de par en par, señal
inequívoca de que habían sido desalojadas. Pero otras, tal como había anunciado
la mujer, se encontraban con las puertas cerradas.
Para
allí se dirigió diligente, junto con otros Bomberos, dispuesto a derribarlas y
rescatar a quien pudiera estar encerrado en semejante
ratonera.
Blandiendo
el hacha con fuerza y destreza Peter golpeaba la cerradura de la puerta de cada
casa que se encontraba en su camino arrancándola de cuajo penetrando en ellas y rescatando a los que allí indefensos
se encontraban.
La
oscuridad propiciada por el denso humo hacía casi imposible detectar la
presencia de alguna persona que estuviera dentro del habitáculo.
Gracias
a la linterna que el casco lleva acoplada, puede distinguir tenuemente en un rincón de la habitación la
figura encogida de una criatura pequeña que llora desconsoladamente llamando
por su madre.
La
cogió entre sus brazos y salió presuroso teniendo cuidado para no tropezar con
los muebles que ardían en el interior de la casa.
Una
vez en la calle pudo reconocer a la niña que tiempo atrás le había dedicado
aquella sonrisa estremecedora.
—¡No
llores pequeña! Yo cuidaré de ti —dijo antes de dejarla a buen recaudo con uno
de los brigadistas voluntarios.
ad3992ab-ae89-34fb-b1aa-a2b67127c0c5
No hay comentarios:
Publicar un comentario