Memorias de un Guardameta. (18/08/2015)
Los entrenamientos del
martes y del jueves de aquella semana los hicimos jugando contra los
integrantes del primer equipo. ¡Que ilusión! ¡Entrenar defendiendo la portería frente a aquellos profesionales!
No sé
cuántos goles nos marcaron, pero si recuerdo las paradas que pude hacer, durante
el calentamiento, a disparos de los delanteros, y las salidas temerarias, durante el partidillo, a los
pies de aquellos corpulentos jugadores.
Domingo por la mañana.
Reunión con los compañeros. Espera impaciente por la llegada del entrenador.
Al subirnos al autobús
del club, con logotipo y escudo incluidos, me acompañaban la sensación de
pertenecer a un gran equipo de fútbol y los sueños de grandeza profesional y
deportiva futuros.
Al llegar al pueblo
vecino, como solía ser habitual, nos esperaba el recibimiento hostil por parte
de la hinchada contraria que a veces me intimidaba.
En el frío y cutre
vestuario del equipo contrario, distribución de las camisetas. ¡Alegría porque
voy a jugar de titular! Responsabilidad y nervios.
Charla del entrenador.
Consejos tácticos y consignas de motivación colectiva.
Aquel partido era el
último del campeonato de ese año. Necesitábamos al menos un punto para mantenernos
en la categoría.
En mí, la tensión a flor
de piel.
« ¿Por qué estaba allí
sufriendo?» — Me preguntaba.
« ¡Desafío personal y de
autoestima!» — Me respondía.
La salida al campo, acojonante,
entre la afición contraria que había hecho una especie de pasillo que teníamos que
atravesar, escuchando improperios de la más diversas categorías.
El sorteo de saque de
inicio y cambio de portería nos deparó jugar contra el Sol la primera parte.
La gorrilla calada hasta
las cejas. Ajuste de las rodilleras y coderas. El campo, de tierra, aconsejaba a
tomar todas las precauciones posibles contra golpes y deslizamientos.
La primera intervención en
cada partido para mí era decisiva, necesitaba coger aplomo y seguridad, pero
también sabía que habría de acompañarme la buena suerte.
Pitido inicial. ¡Fuera
preocupaciones! ¡Había que ganar!
…Y allí estaba mi primera
oportunidad. Cubrí el poste más cercano a la jugada previendo un disparo hecho
sobre la carrera, pero el extremo decidió centrar. El balón caía sobre el área
grande y salí con decisión para atajarlo. Esto me tranquilizó.
¡Pero quedaba una
eternidad! Y a pesar de disfrutar jugando yo quería que el partido ya hubiera
terminado.
Mediada la primera parte,
corría como un gamo hacia la portería, el delantero contrario con el balón
controlado. No había tiempo para titubeos, salí a la desesperada, y sin
pensarlo dos veces me arrojé al suelo arrebatándole el balón de los pies cuando
se disponía a disparar.
…Había acabado el primer
tiempo, ¡ya no había en mí ningún vestigio de intranquilidad!
A la reanudación, la
tónica del partido seguía el mismo guión de la primera parte. En un momento de
agobio por el acoso del equipo rival, me estiro hasta la base del poste derecho
donde consigo con apuros, desviar a córner un balón que se colaba.
¡Saque de esquina! ¡La
jugada que más temía! El área llena de jugadores, propios y contrarios.
¡Empujones! Marcajes férreos para evitar el remate de los contrarios.
Sabía que el área pequeña
me pertenecía, sabía que debía mandar allí pero si la pelota venía abriéndose
debería salir con toda la fe del mundo para atrapar el esférico entre las
cabezas de propios y ajenos.
Y así fue. El balón venía
con fuerza y caía en una zona entre yo y los jugadores que defendían y
atacaban. Medí la distancia mentalmente. Entonces salí de la cueva y me elevé
estirando los brazos al límite, por encima de los demás, atrapándolo con firmeza.
…Corría el minuto setenta
y cuatro; el marcador cero a cero. Por la banda libre de obstáculos se desplazó
el extremo contrario como una flecha hasta llegar a la altura del pico del
área. Con habilidad y colocación soltó un zapatazo que convirtió aquel balón en
un centro medido. Yo calculé mal la salida o titubeé una fracción de segundo y
el balón me sobrepasó. El delantero lo golpeó con la cabeza y certeramente lo
clavó dentro de mi portería.
El sentimiento de
impotencia y frustración que se apoderó de mí, era imposible de disimular. ¡Mi
fallo podría costarnos el descenso!
Si el partido ya era
complicado antes de recibir el gol, ahora era casi imposible contener el ímpetu
del equipo contrario que jaleados por un público incontinente detrás de las
vallas de protección, se situaban casi al borde del terreno de juego, donde
unos pocos guardias municipales no conseguían mantenerlos a raya.
Los ataques a nuestra
portería se sucedían unos tras otros, pero afortunadamente fueron cortados por
nuestra defensa o los disparos salieron lamiendo los postes.
Pero yo confiaba que
llegaría alguna oportunidad que me resarciera de aquella aciaga intervención.
Y ya casi en los minutos
finales, ¡sucedió!
Se jugaba cerca del área grande
donde los delanteros contrarios triangulaban, intentando sobrepasar nuestra
tocada defensa.
Yo estaba tapado por las
piernas de tantos jugadores, ¡no veía donde estaba la pelota! Me incliné hacia
la derecha justo a tiempo para ver como el delantero más hábil había recibido
un pase magistral. Controló el balón y disparó dirigiéndolo hacia aquel lado de
la portería que hacía un instante estaba desguarnecido. El trallazo le salió a
media altura. Yo volé hacia el balón. No lo despejé. Lo bloqué con firmeza. La
fuerza del impacto me hizo girar el cuerpo en el aire. Pero no solté la pelota.
Caí al suelo protegiendo el posible escape del esférico de entre mis brazos.
¡No quise detenerme a
disfrutar de aquella sensacional parada!
Percibí que aquel casi
cantado, pero frustrado gol, había dejado al artillero lamentándose, y a los
jugadores contrarios incrédulos y parados.
Me incorporé rápidamente y saqué fuerte hacia la banda
derecha donde estaba nuestro extremo. Éste hábilmente, al recibir el balón, lo
metió en profundidad hacia el centro del campo donde nuestro espigado y rápido
delantero, lo ganó en la disputa con el defensa contrario. Avanzó hasta
ver la salida del portero, al que le cruzó el balón poniéndolo fuera de su
alcance y... ¡Goooool!
«¡El empate nos salvaba!»
«¡Gracias Juanín!» «¡Qué
peso me has quitado de encima!»
…A la temporada
siguiente, el míster me citó y me comunicó:
— Podrás seguir con
nosotros hasta que cumplas los dieciocho años. Pero no podrás entrenar con el
primer equipo, como pretendíamos. —Eres valiente, tienes colocación, vas muy
bien por bajo y tienes óptimos reflejos... — ¡Pero te faltan centímetros para
jugar en ese puesto!
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