PENSIONES
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I
En
la primera pensión estuvo hospedado poco tiempo. Allí fue a parar cuando acabó
la Formación Profesional, para trabajar en la capital. Juan apenas tenía quince
años.
La
siguiente fue una casa particular. Él compartía una habitación interior sin
ninguna ventana que dejara entrar algún rayo de sol, con otros dos jóvenes. Tenía
encima de una pequeña mesa la maleta donde guardaba su poca ropa.
Madrugaba
cada domingo, para ir a jugar al fútbol con su equipo que disputaba la Liga
Juvenil.
De
esta época soñadora recuerda su ilusión por llegar a ser futbolista profesional
y su afición por la lírica, así como su paso por la Escuela de Maestría
Industrial.
Pasados
unos años su sueño futbolero se desvaneció. Su situación económica no le
permitía pagarse los estudios de canto y en la empresa que trabajaba tampoco
veía un futuro prometedor.
Muy
pronto tendría que hacer el servicio militar obligatorio — posiblemente en
África — así que nuestro amigo, animado por la fiebre de la emigración de los
años cincuenta acaba con sus huesos en otra pensión, pero esta vez lejos de
España.
II
En
un pueblecito pequeño de una provincia manchega, un niño de nombre Alfredo, ingresaba
en un monasterio de frailes, no porque tuviera vocación, sino más bien por la
imperiosa necesidad de alimentarse.
Esto
no lo pudo resolver con la entrada como lego en el convento; pues allí, entre
ayunos y abstinencias o con la única refección diaria que hacían en tiempos normales
— lejos de cuaresmas y otras efemérides todavía más austeras — seguía pasando
las mismas necesidades que pasaba en su casa.
Si
añadimos a esto el duro trabajo agrícola que desarrollaba en la finca del
monasterio, además de los ritos de la congregación en completa soledad, amén de
los castigos que le imponían por desobediencia, no le compensaba lo más mínimo
permanecer enclaustrado en el convento.
Así
que nada más cumplir la mayoría de edad abandonó el monasterio poniendo tierra
por medio entre los tres, el cenobio, su familia y él.
…Después
de haber tomado esa decisión, se encontraba alojado en
uno de los muchos barracones que los alemanes tenían habilitados para albergar precariamente —y en muchos casos hacinados — a los
trabajadores emigrantes. Donde la falta de confort y de calor humano, eran las
características definitorias de los atributos de tales viviendas.
Como
Alfredo no había recibido ninguna formación, apenas pudo conseguir un trabajo como
peón en una empresa del tejido industrial del norte de Alemania.
Allí
pasó muchas calamidades, incluido el frío del invierno vestido con ropa poco
adecuada para la estación. Contaba que por desconocimiento del idioma probablemente
habría llegado hasta ingerir comida enlatada para perros.
Dejar
de pasar frío lo solucionó un día cuando cogió del perchero de un restaurante un
estupendo abrigo, cambiándolo por la sobada cazadora que llevaba puesta al
entrar.
Estaba
hospedado en una….. , había aprendido a comunicarse con los nativos. Asistía a
clases nocturnas de alemán y debido a su dedicación y fuerza de voluntad había
conseguido un mejor puesto de trabajo.
Daba
la impresión — al que le conocía — que la permanencia en ese país le hubiera
mudado su aspecto físico; pues parecía — a primera vista — que fuera un chico alemán, no muy alto pero eso sí, enérgico y decidido.
Cuando conoció a la que sería su mujer ésta le animó a que estudiara el ciclo inicial para poder acceder a la Universidad Técnica y entonces cursar la rama de Producción Industrial.
Mientras tanto compartió piso con otros emigrantes y entró a trabajar en una empresa de Automóviles. En esas fechas compaginó su trabajo con los estudios en el horario nocturno.
Con el transcurso del tiempo Alfredo y su novia se habían casado, pero no tenían hijos. Al fin logró — no sin grandes esfuerzos — terminar sus estudios y obtener el tan soñado diploma.
Le faltaba coger experiencia, pero decidió volver a España aprovechando que una importante empresa multinacional alemana se había instalado en nuestro país.
III
Al
llegar al país de destino — después de una larga travesía — alojaron a Juan en la
Residencia de Emigrantes y lo encauzaron para que obtuviera los documentos de
permanencia definitiva en el país. A los pocos días estaba trabajando
ejerciendo su profesión en una importante empresa metalúrgica.
Entonces
se mudó a una pensión que regentaba un matrimonio español, ambos naturales de
Galicia.
Allí
pasó momentos de camaradería y buen rollo, con los otros huéspedes que —
casualmente — eran todos de su misma nacionalidad.
Viviendo
en esa pensión, un trágico episodio sucedió una madrugada con un compañero de
cuarto, que padecía serios problemas psiquiátricos. En una amplia avenida,
cercana a la pensión, fue atropellado por un coche, destrozando para siempre el
sueño que éste tenía de regresar a España, para estar junto a su familia.
De
esta etapa, recuerda a otro paisano albañil —que allí vivía — que había
trabajado durante años en la construcción de la nueva capital que se levantó en
ese país allá por los años cincuenta. Le contaba este sujeto — en las tertulias
—los muchísimos trabajadores que allí mal vivieron alojados en improvisados barracones,
en el poblado que fuera habilitado para albergar a los mismos.
En
la planta baja del edificio de la pensión había un emporio donde se vendía toda
clase de alimentos.
También
ese local, servía como punto de encuentro para ligar con las chicas del barrio
— que allí se reunían — pasando momentos muy agradables y divertidos.
Pasados
unos años Juan contrajo matrimonio y abandonó la pensión.
Durante
su estancia en ese país, estudió por las noches el ciclo inicial y el colegial intensivamente,
para poder ingresar en la Escuela Técnica Federal y obtener — después de tres
años — el titulo equivalente a lo que era en España el de Perito Industrial.
Consiguió
con esta formación técnica conocimientos que pondría en práctica en aquel país.
Posteriormente los desarrollaría en España, cuando el destino quiso que nuestro
protagonista volviera, después de estar algunos
años lejos de su tierra.
IV
En una casa particular de
una ciudad del noroeste — allá por los años ochenta — coincidieron en la misma
multinacional y compartieron habitación; Alfredo que había dejado a su mujer en
Alemania y Juan que allí estaban recién llegados a esa ciudad, atraídos por una
oferta de trabajo que le permitirían iniciar sus andaduras profesionales en
España después de sus aventuras migratorias.
En estos primeros meses
de convivencia, compartieron todas las horas de ocio de que disponían — solían
ir a cenar juntos — y los fines de semana iban a ver algún partido de fútbol, o
frecuentaban los bares donde había música en directo. Alfredo,
que entre otras virtudes tenía la de enrollarse con la primera chica que se le
cruzara en el camino, más de una vez dejó a Juan hablando sólo por la calle,
cuando aquel se volvía para abordar a la posible víctima de sus escarceos.
Pasado
un tiempo ambos se fueron distanciando. Juan había alquilado un piso — ya
finalizado el curso escolar— para reunirse con su familia.
Alfredo
había dejado la habitación que compartían. También alquiló un piso donde vivía
con su mujer que había llegado de Alemania.
Alguna
que otra vez coincidieron a la salida del trabajo. Tomando unas copas
recordaban anécdotas y situaciones que habían vivido juntos. Al parecer según
le cuenta a su amigo, Alfredo se había encaprichado de una prostituta.
El
hecho de no hablar alemán le impedía a Juan acceder a mejores puestos dentro de
la compañía; así que ante la posibilidad de mejorar sensiblemente su status
profesional, éste le comunica a su amigo la decisión que ha tomado de cambiar
de empleo. Esto le llevó de nuevo a otra ciudad, donde se hospedó en una
habitación de un piso particular.
En
aquel trabajo Juan se encontró con un pésimo ambiente laboral y continuadas
huelgas. Trabajar allí resultó ser una pesadilla para él. Después de un largo
calvario al fin pudo ver la salida del túnel cuando consiguió abandonar ese
empleo.
V
La
vida de Alfredo también había tomado otros derroteros. Tenía más experiencia
laboral y trabajaba en otra importante compañía metalúrgica.
De
aquí recuerda con tristeza el accidente laboral que sufrió un joven trabajador
y del cual se siente hasta el día de hoy responsable.
La
máquina sobre la cual el trabajador tenía que operar no estaba debidamente
preparada, y él no tuvo suficiente energía para enfrentarse al dueño de la
empresa e impedir que se actuara sobre ella en esas condiciones, resultando que
el chico quedara atrapado y perdiera parte de dos dedos de su mano derecha.
Juan
supo que el matrimonio se había separado. Habían tenido dos hijos, ganaba lo
suficiente para alquilar un piso, pero tenía que mandar dinero para su familia
que había regresado a Alemania.
Vivía
en una habitación él solo, donde la dueña del piso le dejaba llevar a la chica
que hubiera ligado ese día, para correrse una buena aventura.
VI
Después
de aquella mala experiencia laboral, Juan había conseguido un nuevo empleo en
el que ahora sí estaba contento. Vivía en una habitación, cuya dueña alquilaba
todas las habitaciones del inmueble ya que ella vivía en otro piso por debajo
de aquel, desde el cual controlaba el funcionamiento de la pensión y el buen
comportamiento social de los huéspedes.
/
En
esta etapa de su vida Juan se desplazaba todos los fines de semana, a la ciudad
donde habían quedado su mujer e hijos viviendo hasta el final del curso
escolar. Después de unos meses, Juan alquiló un piso para reunir de nuevo a su
familia.
Pasado
el tiempo ésta empresa fue vendida a un fuerte grupo industrial, que la
trasladaría a otro pueblo de nuestra geografía.
En esta ocasión se
hospedaría en el único y modesto hotel que había en ese pequeño pueblo, durante
unos meses, hasta terminar el traslado.
Después
del arranque de la producción, cansado de tantos cambios y mudanzas y, de estar
lejos de la familia, decide poner fin a su periplo por las pensiones, hoteles y
casas de hospedaje. Rescindió el contrato con la compañía volviendo a reunirse
con su familia.
Parecía que efectivamente
se iría a estabilizar su situación. Había encontrado un buen empleo cercano a
la capital y, acomodado a la familia ya no buscaría más cambios de empresas que
lo llevarían de la “ceca a la meca” y a pensiones variopintas, donde muchas
veces había llorado de tristeza.
VII
Mientras
tanto el espíritu inquieto de Alfredo le había llevado a otra importante ciudad
de nuestro país donde estuvo ejerciendo su profesión ocupando un puesto de
responsabilidad en una empresa siderúrgica.
Ya
no vivía en ninguna pensión, ni tampoco en ninguna casa de huéspedes; había alquilado
un bonito piso y vivía emparejado con la prostituta que un día lejano le
presentara a su amigo Juan.
Durante
el verano aprovechaba las vacaciones para ver a sus hijos que estaban
estudiando y viviendo con su madre en Alemania.
VIII
....Para
Juan la vida laboral era estable, tenía el reconocimiento de sus jefes por el
buen desarrollo de su trabajo en la empresa y la convivencia familiar era feliz
y agradable. Habían pasado algunos años de aquel ir y venir de pueblo en pueblo
y de trabajo en trabajo. Sus hijos estaban estudiando en la Universidad y
preparándose para el futuro. En el plano económico la situación era desahogada
y el matrimonio disfrutaba de paseos, viajes y vacaciones placenteras. Pero las
cosas cambiaron de repente debido al mal proceder de nuestro amigo, que hacen
perder la confianza que su mujer tenía en él y la excelente relación que
mantenía con ella se resquebraja llegando a una ruptura que es tremendamente
dolorosa para ambos.
El
resultado de aquella situación es que nuevamente veíamos a nuestro amigo
alojado en una pequeña y cutre habitación de una pensión del pueblo donde
vivían, cuya cama desvencijada e incómoda le
provocaba fuertes molestias de espalda, añadido al dolor de la separación de sus hijos que le hacían las
noches amargas e interminables.
Aunque
fueron pocos los meses de permanencia en aquella pensión, la añoranza de sus
hijos, la soledad, y la ausencia de diálogo familiar hacían que se sintiera una
persona muy desgraciada.
En
aquella insoportable situación, le ayudaba a vivir, las visitas casi diarias
que recibía de su hijo, que eran una alegría y un apoyo moral indescriptible
para él.
.....Reconciliado con su mujer, todo volvió a
la normalidad. Los veíamos gozar de una vida más tranquila, disfrutando de las
travesuras de su primer nieto.
Y
así espera cerrar su paso por este mundo, deseando la felicidad para todos los
suyos y pidiendo que las circunstancias de vida tan difíciles que atravesamos —
en estos momentos de crisis — no obliguen a ninguno de ellos a peregrinar de
pensión en pensión en busca de un utópico futuro mejor, pero desconocido y
tremendamente incierto.
IX
Juan
y Alfredo han manteniendo siempre contacto telefónico y, últimamente por WhatsApp;
por eso Juan sabía que los hijos de Alfredo se habían formado y se habían
emancipado.
Alfredo
se había desligado de su pareja y había vuelto a vivir con su mujer que regresó
de Alemania. Éste había permanecido trabajando en la misma empresa siderúrgica durante
todo ese tiempo.
Parece
que hubiera sentado la cabeza, y por la edad de nuestro personaje ya no tendrá necesidad
de buscar trabajo, ni cerca ni lejos de los suyos, ni tendrá que compartir
habitaciones con otras personas, optimistas, inestables, pesimistas,
desdichadas o inmaduras.
Ahora
el matrimonio tiene un par de nietos que son la alegría de toda la familia.
X
....A
mis amigos de este relato, les deseo todo lo
mejor dedicándoles este recuerdo escrito en homenaje a todos los emigrantes que
fuimos, en aquellos años difíciles de nuestra historia.
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