Visita anhelada
Se giró al escuchar el grito de una mujer. Esta seguía lentamente a la
muchedumbre por la galería de Los Mapas en el Museo Vaticano.
El hombre no consiguió sujetarla a tiempo cuando percibió en su rostro
una lividez inusual, propia de una lipotimia.
La mujer no llegó a desplomarse totalmente debido a la cantidad de gente que
la rodeaba. Su cuerpo se apoyó inconsciente en el hombro de una chica…
Aquella mañana no había comenzado muy bien para el reducido grupo de
turistas apostados en la puerta de una Agencia de Turismo próxima a la Plaza de
San Pedro.
La persona responsable les comunicó que la guía de habla española se encontraba
indispuesta.
Pasaron unos minutos interminables. Entonces, para ganar tiempo, un
empleado del establecimiento decidió llevarles caminando hasta la entrada del Museo,
donde deberían esperar la llegada de otro cicerone.
La temperatura era gélida y el viento
racheado les azotaba los rostros, única parte visible de sus cuerpos
bien protegidos con chaquetones y capuchas.
Los
telediarios matutinos, habían dado la noticia estremecedora de la muerte, en
las calles de Roma, de ocho indigentes debido al frio polar que azotaba los
países europeos.
De camino hacia la pinacoteca, el grupo observaba con asombro la multitud
de personas haciendo, por su cuenta, largas colas para adquirir las entradas.
Llegados al punto de encuentro, vieron con estupor como el intérprete tampoco
aparecía por ningún lado. Allí parados el frio se hacía sentir con intensidad.
Ni los guantes conseguían impedir el entumecimiento de los dedos.
Durante aquel tiempo de receso los turistas tuvieron oportunidad de
conocer, al menos, la procedencia de cada uno.
—¿Y vosotros, de dónde sois? —Preguntó un joven con fuerte acento
catalán.
—Nosotros venimos de Brasil —respondió el acompañante de una chica
atractiva.
—¿Y cómo estáis con un grupo de habla hispánica?
—Com las prisas no temos podido encontrar una Agencia que tuviera un guía
que hablara portugués. Yo no hablo inglés ni italiano; pero mi marido si entiende
el español y ya me explicará lo más interesante
—les aclaró la chica de apariencia retraída.
—¡Pues nosotros somos de Méjico! —Dijo
en tono alegre un señor, alrededor del cual dos jóvenes muchachas sonreían.
—Nos hemos quedado un día más en Roma y cancelar nuestro vuelo de vuelta,
con el consiguiente perjuicio económico. Pero no nos perderíamos, por nada del
mundo, la visita a la Capilla Sixtina —argumentó su señora que vestía un vistoso
“quechquémel”.
—Pues nosotros venimos de Madrid. Ya hemos visto la Basílica de San
Pedro, el día de Reyes, pero no pudimos comprar el billete para el Museo y la
Capilla, porque ambos estuvieron cerrados —dijo participando en la conversación
un señor de mediana edad, acompañado de su mujer y su hija.
A seguir el señor se dirigió al joven brasileño:
—¿De qué ciudad venís?
—De Sao Paulo —contestaron casi al
unísono la joven pareja.
—¡Que coincidencia! Nosotros hemos vivido en Sao Paulo, y mi hija ha
nacido allí —comentó el señor visiblemente satisfecho por la noticia.
—Mi padre es italiano. Também emigró para Brasil en el año 1950. Yo tengo
un hermano que vive en Roma, es por eso que estamos aquí de visita —agregó el joven.
—¡Qué bien! Así matáis dos pájaros de un tiro. Visitáis a la familia y
aprovecháis para ver estas maravillas —remarcó el chico catalán.
En la puerta de entrada al Museo se arremolinaban los que ya tenían el ingreso y los que
tenían que adquirirlo, formando un conglomerado humano donde era difícil
distinguir al monitor de cada grupo.
Por fin, después de una larga espera, llegó el guía llamado de otra Agencia
turística, este traía tras de sí a un nutrido grupo de visitantes. Para más
“inri” no llevaba ningún banderín, floripondio o distintivo para hacerlo visible
entre tantísima gente.
—¡Buenos días! —saludó a los
congregados— Mi nombre es Máximo y soy
el lazarillo que les acompañará. ¡Síganme, por favor!
El grupo entonces avanzó lentamente por entre las vallas de protección hasta llegar al portal del Museo. En el
vestíbulo, le suministraron radioguía con auriculares para poder escuchar las
explicaciones del monitor en el idioma pertinente.
El acceso a la Galería Pio Clementino se hizo difícil entre aquella
multitud, y más complicado fue seguir al orientador y escuchar sus comentarios.
A veces fue preferible para algunos de los turistas no recrearse en la visión de alguna obra
de arte, con tal de no perder de vista al responsable del grupo.
A duras penas consiguieron llegar hasta el Apolo de Belbedere y hacerse
alguna foto para el recuerdo.
Más adelante el monitor advirtió:
—A vuestra izquierda podréis ver el Grupo Escultórico de Laocoonte y sus
hijos. Una obra descubierta en 1506 en la Colina de Esquilino. Realizada en
mármol blanco por Agesandro,
Polidoro y Atenodoro…
La masa humana se agolpaba ante la puerta, no muy ancha, de acceso a las estancias
de Rafael. Allí estaban todos completamente parados.
Fue entonces cuando el cicerone les comunicó al grupo que lideraba:
—A causa de los preparativos necesarios para celebrar la Misa que el Papa
oficiará mañana, para conmemorar el Bautismo de Jesús, siento comunicarles que
la Capilla Sixtina acaba de cerrar sus puertas para las visitas.
En ese momento se escuchó en la Galería el grito desgarrador de una
señora vestida con un “quechquémel”, que caía desvanecida en los brazos de su
hija.
Una vez que la señora fue atendida por los servicios médicos del Museo,
el grupo de turistas que se sintió visiblemente perjudicado, se puso de acuerdo
para reclamar a la Agencia de Turismo la devolución del importe del tour
contratado con ellos.
Después de una acalorada discusión, consiguieron que les fuera devuelta
una parte del importe pagado.
La cantidad de la entrada fijada por el Museo no les fue reembolsada, a
pesar de no haber podido completar la visita.
Al día siguiente, después de la misa en la Capilla Sixtina,
durante la celebración del Ángelus, el Papa dijo literalmente:
«En estos días de tanto frío, pienso y les invito a pensar en todas
las personas que viven por la calle, golpeadas por el frío y tantas veces por
la indiferencia. Entretanto algunos no lograron sobrevivir. Recemos por ellos y
pidamos al Señor que nos caliente el corazón para poder ayudarlos».
Mientras tanto la gallina de los huevos de oro del Museo
Vaticano, continúa dando cuantiosos beneficios a las arcas del Banco Ambrosiano.
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