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a las corralas (15/07/14)
Autor
Vespasiano
Cuando
era pequeño, en plena post guerra civil y posteriormente en aquellos años del bloqueo
internacional; del hambre y del racionamiento, yo entraba en aquellos guetos llamados
“corralones”.
Mi
tío, maestro de obras, dedicado a la restauración y reformas de casas y
edificios, con el paso del tiempo había comprado algunas de estas propiedades
que estaban en muy malas condiciones de habitabilidad y donde vivían un sinfín
de familias. Cada una de estas vivía en apenas una habitación que también
comportaba la cocina.
Los
inquilinos tenían en el patio interior del edificio en cuestión apenas un
retrete para uso comunitario. También había en ese patio unos lebrillos para
uso de todos los vecinos para hacer la colada; vecinos que tenían que turnarse,
dando muchas veces lugar a disputas entre ellos por el mal uso de los mismos o
por abusos.
Este
tío mío, siempre hablaba mal de los inquilinos que continuamente le demandaban arreglos
en las viviendas o desatascos, reclamando que las rentas que recibía por estos
alquileres no cubría los gastos que suponían tales arreglos.
Subirles
la renta que pagaban era una misión imposible, pues aparte que en aquellos años
el trabajo era escaso y precario y los salarios eran miserables para este
colectivo que mal vivía, el gobierno protegía y mantenía sin aumentos los
alquileres antiguos.
El
objetivo de este tío mío era conseguir que poco a poco estos inquilinos se
fueran marchando para después construir en el solar algunas viviendas decentes
para venderlas.
Esta
tarea era lenta y difícil de conseguir pues las gentes que vivían en esas
habitaciones estaban allí porque sus ingresos no le permitían acceder a otro
tipo de viviendas con mejores condiciones de higiene y comodidad.
Pasaron
algunos años para que la gente humilde consiguiera tener una vivienda. Primero
fueron las viviendas protegidas que el gobierno de la época construyó para
distribuirlas principalmente entre la gente afín al régimen y para los
militares.
Posteriormente
por causa de la emigración que muchísimo españoles emprendieron allá por los
años cincuenta y sesenta y gracias al envío de divisas desde el país donde cada
uno de ellos se fue a trabajar, la compra de viviendas se fue haciendo posible.
Posteriormente se crearon cooperativas que gracias al capital aportado por cada
uno de los socios iniciaron la construcción de nuevas viviendas haciendo
posible el acceso a ellas por parte de las clases trabajadoras que poco a poco
iban consiguiendo mejores salarios, principalmente los trabajadores de la
construcción gracias al trabajo a destajo.
La
vida continuaba, habían pasado más de treinta años desde entonces, y el
trabajador podía comprar un piso, pues el importe de las letras que había que
pagar por él, podían ser descontadas del sueldo que éste ganaba sin grave perjuicio
para su economía, teniendo en cuenta que sin casa propia tenían que pagar el alquiler
de un piso y estos eran caros y escaseaban. El tener un contrato indefinido le
daba al trabajador la seguridad de poder embarcarse en esa aventura de tener
una vivienda en propiedad.
A
conseguir este logro ayudó la incorporación de la mujer al mercado de trabajo,
que en muchos casos hacía posible el pago de estas letras gracias al sueldo que
ambos conyugues aportaban a la unidad familiar.
Con
el paso de los años y el advenimiento de la Democracia nuestro país había ido creciendo
tornándose una nación puntera, los trabajadores habían conseguido, a través de
los sindicatos, tener una fuerza colectiva que tenía peso para negociar ante
los empresarios, condiciones más favorables de sueldo y de jornadas laborales.
Así se fueron consiguiendo por medio de los convenios colectivos de los
diferentes gremios, aumentos anuales de los salarios para contrarrestar el
aumento del coste de la vida.
Después,
por el año dos mil y sucesivos la burbuja inmobiliaria llega a su auge, los
constructores ávido de ganar dinero, junto con los bancos, dan las máximas
ventajas a los posibles compradores que teniendo un trabajo se lanzan a la
compra de un inmueble, pues esta operación es más rentable que pagar un
alquiler y de alguna manera supone un ahorro para ellos.
Pero
hay otro empresariado que no gana tanto dinero o no está enriqueciéndose a la
misma velocidad ni en la misma proporción que estos ávidos constructores.
Este
empresariado ve que año tras año los trabajadores, debido a los convenios
colectivos, van consiguiendo mejoras salariales y beneficios sociales que ellos
tienen que sufragar en parte; como son las cotizaciones a la Seguridad Social: el
Fondo de Garantía; el Seguro Desempleo; las indemnizaciones por despido, etc.
En
los últimos años los salarios más comunes de la inmensa mayoría se acercaban a
los mil euros, y con ello era difícil hacer frente al pago de una hipoteca y
todos los impuestos que esto conlleva, además de hacer frente a los gastos de
alimentación, vestuario, educación etc. Muchas parejas jóvenes podían
conseguirlo aportando el salario de ambos. Así que muchos se embarcaron en esta
aventura de hipotecarse para el resto de sus vidas.
Pero
la clase empresarial tenía como objetivo principal acabar con estos privilegios
y con el estado de bienestar. Primeramente había que aparcar los convenios
colectivos; había que eliminar las pagas extraordinarias en los nuevos
contratos y conseguir que los despidos fueran libres, o disminuir las
indemnizaciones por este concepto a los que ya tenían contratos indefinidos; había
que quitarle fuerza al trabajador, había que desmantelar los sindicatos
desacreditándolos, (aunque estos han puesto mucho de su parte para
desacreditarse a sí mismo). Había que aprovechar la coyuntura de la crisis
global, provocada por los bancos y por los mercados, despidiendo con la excusa
de la crisis al mayor número posible de trabajadores, así podrían contratar por
menos precio a todos los que necesitaran conforme se fuera reactivando la
economía.
Con
la cantinela de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que había
que reducir la deuda pública, se despedían a funcionarios, se recortaban recursos
y prestaciones para la ciudadanía, se bajaban los salarios.
Muchos
de los jóvenes afectados por la crisis tenían que abandonar su proyecto de
independizarse, quedándose a vivir en la casa de sus padres.
Aquellos
que habían perdido su trabajo han tenido que renunciar a su vivienda al no
poder hacer frente al pago de las letras. Algunos han vuelto a vivir con su
pareja y con sus hijos en el hogar familiar.
En
familias donde hay más hermanos la situación en la vivienda ahora es parecida a
la que vivían aquellos inquilinos de las corralas.
En
muchos casos la paga del patriarca ya aposentado, tiene que sufragar los gastos
de toda la familia que ha crecido.
La
situación que se vivía en los años que cito al principio de este relato era muy
diferente a la actual, se venía de una guerra civil y de miseria, el país
estaba destrozado, y el colectivo de trabajadores era en su mayoría analfabeto,
sin ninguna formación.
Ahora
hay muchísima de esta gente que está sin un proyecto de vida independiente, que
tiene estudios incluso universitarios o de formación profesional, que se han
ganado la vida decentemente durante años y que ahora por causa de la crisis y
de la falta de trabajo se ven obligados a aparcar sus ilusiones o a emigrar en
busca de un futuro mejor como ya hicieran antaño sus padres o abuelos.
Si
esta dura realidad de la emigración no les convence, la salida es volver a
vivir con sus padres tornando el hogar familiar en una corrala moderna, donde
ahora el retrete está dentro de la vivienda pero para usarlo es necesario
guardar cola y los lebrillos han sido sustituidos por la lavadora; rezando para
que la misma no se rompa pues el presupuesto familiar no da para comprar una
nueva.
Pero
cuando nuestros jóvenes, y no tan jóvenes, quieran formar una familia
independiente ¿a dónde irán a vivir? ¡Si los sueldos que se van a pagar gracias
a las reformas laborales y los mini jobs, serán del orden de setecientos euros!
¡Y el precio del alquiler de un piso ya casi excede esa cantidad!
¿Se
conformarán con compartir piso con otras parejas? ¿O vivirán como antaño lo
hacían familias de cuatro miembros en una sola habitación alquilada en un piso
compartido, con derecho a utilizar la cocina?
¿Hacia
dónde caminamos? ¿Qué gobierno honrado puede permitir que esta situación
prospere y no dimita avergonzado de su poca sensibilidad e ineficacia?
¿Cómo
pueden dar por buena una situación que a la vista está, es tremendamente
injusta y antisocial? ¿Cómo pueden estos gobernantes dormir tranquilos?
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