martes, 29 de septiembre de 2015

        Hallazgo                                            (20/01/15)
    Autor  Vespasiano
                         
Paseaba como cada tarde, por las afueras de su pueblo, su caminar era más lento y penoso debido a la inflamación de los nervios de sus metatarsos y esto le producía fuertes dolores en la planta de los pies,  que él aguantaba estoicamente pues no se resignaba a quedarse postrado en un sillón viendo la televisión. ¡Eso ni pensarlo! ¡Él que había sido el máximo goleador de la liga de fútbol juvenil y había llegado incluso a entrenar en el mejor equipo profesional de su país! ¡De ninguna manera!
Sumido en sus pensamientos, sin darse cuenta, se había alejado demasiado por el camino hasta llegar a la alameda que bordeada de cipreses conduce al cementerio. Hacía mucho, mucho tiempo que no visitaba ese lugar. ¡Desde que muriera su querida esposa!
Penetró en el camposanto y mientras andaba, miraba distraído los diferentes túmulos y panteones recordando aquellas personas que allí yacían y que antaño fueron parte de la historia viva de ese pueblo. De repente su mirada se fijó en la tumba de un famoso viajante aventurero del lugar, que murió accidentalmente de manera trágica, y del cual contaban innumerables historias y proezas.
   Vio con tristeza el estado de abandono en que se encontraba, y se aproximó a ella. Limpió la lápida    cubierta de polvo y, pudo volver a leer el epitafio que lo recordaba. Decía así: “Al Héroe Patrio        que en ambas contiendas mundiales, luchó derrochando bravura y coraje para la salvación de     los habitantes de este pueblo, dedicando su larga vida al servicio de la Libertad”.
A través de una rendija y a pesar de la poca luz que penetraba por él, pues ya estaba cayendo la tarde, se fijó que allí dentro y casi cubierto por piedras y cascotes, que se habían ido desprendiendo del techo, había un pequeño arcón del cual brillaban las cerraduras de hierro. Curioso e intrigado quiso saber que podría contener dicho cofre y ayudado de la empuñadura de su bastón, logró traerlo para cerca de él. 
Seguidamente con ayuda de una piedra lo suficientemente grande, pero adecuada a sus  menguadas fuerzas, golpeó la pared del túmulo próximo a la abertura  que ya había hasta agrandarlo, de forma que pudiera penetrar su brazo y parte de su cuerpo, para poder alcanzar el asa del arcón. Lo arrastró y lo elevó hasta sacarlo a la luz pues el mismo no pesaba demasiado.
Nervioso y expectante golpeó hasta abrirlas, las dos cerraduras que lo mantenían cerrado. Levantó la tapa y removió el contenido del mismo que al tacto de su mano se desmoronaba como la ceniza; pero eso no ocurrió con un pequeño cilindro metálico que sacó del arcón y lo abrió desenroscando la tapa, no sin alguna dificultad debido al oxido que se había depositado en el mismo. Sacó lo que había dentro de él y en una rápida inspección vio lo que contenía. Se guardó el cilindro bajo el abrigo y a paso lento tal como llegó abandonó el camposanto.
Aquella noche mal pudo conciliar el sueño, no veía la hora que amaneciera para ir hasta el sitio, que en el documento encontrado mostraba,  donde se encontraba la fuente de la juventud, Aquella que le daría la fuerza y el vigor necesario para enfrentarse a la artrosis, al reuma, al terrible Parkinson, e incluso al temible Alzheimer.
   Al alba se levantó diligente de la cama. Llenó su cantimplora de agua para la jornada y preparó algo    de comer para aguantar la travesía.  Metió en su mochila una potente linterna que aún conservaba y    una garrafa vacía con la intención de abastecerse por un tiempo de aquella agua milagrosa.  
   Se pertrechó adecuadamente para realizar la caminata. Calzó sus botas de montañero y vistió la zamarra de senderísta que hacía mucho tiempo permanecía colgada en el armario. Se caló su    pasamontaña, previendo que en aquellas latitudes el frío se dejaría sentir y se armó de valor para    emprender tan ansiada aventura.
Por el camino apoyándose en su cayado, pensaba, «¡Dios! ¡Y la tenía tan cerca! ¡Bastaba atravesar el bosque que rodea el pueblo y entrar en la Gruta del Ensueño que tan escondida y oscura estaba!»
Al penetrar en ella le fue necesario contener la respiración. ¡Oh Dios! ¡Qué hedor tan insoportable! 
Al final de la misma, en el fondo de una hondonada de difícil acceso, brotaba agua de un color verde cenagoso.
Nuestro hombre tenía que llegar a ella como fuese. Tenía que beber de aquella agua prodigiosa. Se apoyó mal al intentar descender; el dolor de la planta del pie lo hizo gemir; titubeó, perdió el equilibrio, se soltó de la rama a la que estaba asido y cayó. Casi aturdido por el golpe bebió de esa agua hasta saciarse.
..... De repente un rayo de luz intenso y cegador le hizo sentirse más liviano, más feliz y relajado. Entonces su cuerpo se incorporó, se asió con fuerza a cada saliente de las rocas consiguiendo elevarse por encima de la hondonada y salió corriendo de la gruta. ¡Ya no le dolían los metatarsos, ahora gritaba y reía de alegría!
Llamaba por su madre, preguntaba por María; la niña que fuera el amor de su vida. Buscaba al maestro que le enseño a leer; a su perro. Quería encontrar la casa familiar en la que creció y volver a reunirse con sus hermanos.
...Pero todos con los que se encontraba por las calles, les decían que ninguno de ellos ya existían, ¡que todos habían muerto!
Desesperado, se preguntaba tristemente:
«¿Con quién voy a jugar ahora?» «¿Para qué quiero ser joven si no tengo aquí a las personas que más quiero en este mundo?»
...Después, sintió como le invadía una paz interior indescriptible. Solo entonces abandonó su loca carrera sin freno.
 ...Ahora, pensó, «¡quizás los encuentre a todos en el lugar a donde voy!»                                                                                              
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.....Lo echaron de menos en el café y en el centro de mayores. Al cabo de tres días, la policía inició su búsqueda a petición de sus amigos más allegados.
Registraron su casa y sus pertenencias y hallaron el códice secreto que él mismo había descifrado; no en vano perteneció a la resistencia de su país donde aprendió a desentrañar códigos nazis durante la segunda guerra mundial.
                                                         
Junto había un rudimentario mapa de la comarca que tan bien conocía debido a sus incursiones clandestinas, durante el transcurso de la contienda y, que él mismo había diseñado señalando la localización exacta de la fuente de la eterna juventud. 

.....El mensaje cifrado decía:  “ Mas allá del bosque iluminado, al norte de la peña encantada, en el interior de la Gruta del Ensueño, mana un agua sagrada cuyas propiedades minerales, rejuvenece, fortalece y da vigor al que la bebe”.
La misiva continuaba diciendo: ¡Yo he bebido de esa agua! Y en contraste con mi apariencia corporal, tengo 142 años de edad y espero vivir muchos más.
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.....Lo encontraron de bruces sobre la ciénaga. Al girar el cuerpo, su rostro mantenía la sonrisa de la  felicidad. Miraba extasiado fijamente como si hubiera encontrado el Paraíso.

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