domingo, 11 de octubre de 2015

Batucada - por Vespasiano        (Reescrita en 31/08/2015)

BATUCADA

El buque había dejado atrás el puente Rio – Niterói. Habíamos pasado por debajo de su inmensa estructura de hierro y cemento, y nos adentrábamos lentamente en la bahía de Guanabara.
El esplendor de las diferentes tonalidades del verde de las montañas que la rodeaban, contrastaba con la roca inmensa del Pan de Azúcar que emergía magnánimo de las profundidades del mar.
A lo lejos podía divisar el Cristo Redentor en la cima del Corcovado, acogiéndonos con sus brazos abiertos a todos los pasajeros.
El navío se aproximaba despacio hacia la entrada del puerto dejando a la izquierda el antiguo aeropuerto Santos Dumont.
Había decidido olvidar el fracaso amoroso de mi relación con Ana. Después de tantos años de convivencia, el tedio y la rutina se habían apoderado de nosotros, llevándonos a un distanciamiento que no nos proporcionaba ningún placer. En sus años jóvenes Ana fue una mujer cariñosa, afable y amiga, y por eso habíamos sido confidentes y compañeros, en el viaje de la vida.
Debido a un problema hormonal no pudimos tener hijos, que hubieran permitido mantenernos más unidos.
Por causa de infidelidades, estábamos inmersos en un proceso de divorcio, que la sacaban de quicio y le hacían aflorar su mal carácter
Desde la barandilla en la que me encontraba podía ver la cubierta de la proa del barco, donde marineros se afanaban por realizar las maniobras de atraque, con las ayudas inestimables del buque remolcador y del práctico del puerto.
Ensimismado en mis pensamientos, la vi cuando se quitó las gafas de Sol para contemplar en toda su plenitud la belleza del entorno. En el brillo de sus ojos pude adivinar la satisfacción que todo aquello le producía.
Entonces me atreví a decirle:
—¡Increíble esta ciudad!
Ella me miró y dijo:
—¡Sin duda!, —¡Así es mi tierra!
Sonriendo me preguntó:
—¿Qué le parece esta maravilla?
—¡Es asombroso! —exclamé.  —¡Pero tendré que volver mañana! —¡Pues desde que la he visto, no sé decir qué me ha impresionado más, si esta exuberante naturaleza o esos ojos maravillosos que embellecen su cara!
Se ruborizó la mujer que ya habría cumplido los cincuenta, aunque su rostro terso reflejaba lozanía y dulzura.
Entonces ella se retiró discretamente despidiéndose de mí.
—¡Hasta luego! —dijo mientras se alejaba.

A la mañana siguiente, sin embargo, yo estaba ansioso por conocer la ciudad y los puntos turísticos más emblemáticos. Dudaba entre subir en el teleférico hasta el Pan de Azúcar, que tanto me había impresionado, o ver de cerca el famoso Cristo Redentor.
Decidí entonces coger el trenecillo que me llevaría hasta la cumbre del Corcovado.
Mientras el taxi se acercaba a mi destino, ¡me sorprendía ver cómo tanto verdor y tanta montaña podían estar metidos en el mismo corazón de la ciudad!
En la estación, unos músicos callejeros anticipaban las canciones folclóricas, que anunciaban la proximidad de la folía.
Al entrar al vagón: ¡Oh sorpresa! ¡Nuevamente tenía a aquella encantadora mujer delante de mis ojos!
Sin ningún pudor me senté a su lado.
—¡Qué alegría más grande volverla a encontrar! —le dije.
—¡Pues sí qué es coincidencia!  —asintió ella sorprendida.
Armándome de valor continué:
—Estoy impresionado con su porte señorial y su belleza. Aunque eso es superficial, ya lo sé; y por eso, lo que yo desearía por todo el oro del mundo, sería conocerla mejor para poder enamorarme de usted.
Entretanto, el tren ascendía lentamente entre la vegetación frondosa del parque natural, donde simpáticos titís brincaban de rama en rama.
Juntos admiramos la grandiosidad del Cristo, que abraza simbólicamente a toda la población carioca, y contemplamos desde allí toda la belleza de aquella ciudad y su deslumbrante bahía.
Y hablando de nuestros respectivos planes futuros, paseamos durante toda la tarde.
En un momento dado Gabriela me confesó:
—Yo tampoco he sido muy feliz en los últimos tiempos... Desgracias personales me han afectado seriamente, y después de un largo período de rehabilitación, ¡es ahora cuando empiezo a sentirme más segura y con ganas de vivir!
... Caía la noche lentamente sobre la Iglesia de Nuestra Señora de la Gloria del Otero y mirando desde su explanada la playa de Flamengo, me atreví a coger su mano. La electricidad recorrió todo mi cuerpo. Aproximé mi rostro al suyo, y sin podernos contener, nuestros labios se buscaron tiernamente. Aquel beso deseado aceleró mi ritmo cardíaco. Fue entonces cuando, adelantándome al inicio de la “batucada”, en mi mente y en mi corazón "los tambores comenzaron a sonar".

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