jueves, 24 de diciembre de 2015

Remordimiento - por Vespasiano
Remordimiento.
Aquel sábado del mes de julio prometía haber sido interesante y, si ella me hubiera dedicado un poco más de atención, habría sido un fin de semana maravilloso.
Llegado al punto de encuentro me di cuenta que eso no iba a ser posible: ¡Allí estaba el cabrón de Juanito!
«Yo nunca le hubiera engañado ni mentido — como solía hacer él y Pinocho — y, no por miedo a que me creciera la nariz, ¡Yo la quería de verdad! »
 ¡Que noche más calurosa! ¡No consigo pegar ojo!
“¿Qué tendría ese fulano, que yo no lo podía ni ver? ¡Qué asco me daba! Y encima Carmela le seguía el rollo”.
Estábamos subiendo una empinada cuesta cargando nuestras pesadas mochilas. Entre el grupo de caminantes podía ver su bonito trasero, ceñido por un pantalón vaquero. A su lado iba ufano, el cantamañanas.
“A mí no me daba muy buena espina. Sabía por otros amigos comunes que le gustaba la chica, pero no lo suficiente como para hacerle perder el sueño”.
¡Y aquí estoy, que no me puedo dormir!
Un sol de justicia repartía el calor por todo el campo. No veía la hora de alcanzar aquella arboleda de pinos resineros que marcaba la entrada al Parque Natural del Tajo.
« ¿Por qué no me volví?… ¡Cómo me arrepiento ahora!»
Habíamos alcanzado los márgenes de la Laguna de Taravilla. Yo caminaba rápido como si estuviera participando en una prueba olímpica.
No quería perderme ni un detalle de las piernas de Carmela cuando se quitara aquel pantalón y poder admirar también su generoso busto antes de que se metiera en el lago.
“¡Mi madre, que cuerpo lucía la muchacha!”
Estábamos metidos en el agua; entonces me zambullí y procuré agarrarle lo primero que pillara. No porque yo fuera un tarado, ¡no! Era para “darle por culo” al impresentable de Juanito.
«Encima el muy mamón ni se percató… ¿O tal vez sí? …Yo sabía que le daría igual. ¡Él no la quería!»
“¡Yo le hubiera roto la cara a ese mierda!”
Carmela nadaba, pero evitaba mojarse el pelo y no metía la cara en el agua para no desmaquillarse.
« ¡Qué hortera! Ir al monte pintada como si fuera a una fiesta».
«A mí eso me molestaba. Ya procuraría convencerla para que no se pintara cuando fuéramos novios y no porque yo fuera machista, sino porque una mujer no debería ir exhibiéndose por ahí de esa manera».
Sacamos nuestras viandas, teníamos bastante apetito y dimos cuenta de algunos bocadillos y bebidas.
Mientras tanto, un poco apartada del grupo, ella sacaba sus utensilios de pintura y maquillaje.
“¡Qué horror! Allí estaba perfilándose los labios y retocándose las pestañas”.
Antes de emprender la ascensión hacia los farallones dimos un vistazo general por la zona para recoger la basura que hubiéramos esparcido. Al alejarnos me pareció ver un destello entre las matas.
Subimos hasta el Cerro del Otero por intrincados y angostos senderos que a veces nos dejaban al borde de precipicios.
Estoy sudando copiosamente. ¡Qué angustia!
Hicimos un alto en el camino para descansar en el refugio, antes de descender por la otra vertiente hasta la Cueva de los Casares.
Al poco rato percibimos un leve olor a chamuscado al tiempo que una aparente niebla iba tomando cuenta del lugar.
Extrañados salimos a la puerta de la cabaña donde pudimos contemplar, estupefactos, cómo en el fondo del valle y en las laderas de la montaña se levantaban cada vez más extensas, negras columnas de humo.
«¡Por qué no me dejas en paz!»
De repente llegaron hasta nuestros oídos el crepitar de las ramas y la hojarasca quemándose. Entonces vivas llamas sobresalieron vorazmente por encima del bosque de árboles, mientras chispas brillantes se esparcían por el cielo arrastradas por el viento, semejando fuegos artificiales. El incendio eruptivo avanzaba velozmente hacia nosotros.
La visión dantesca del infierno se presentaba real ante nuestros horrorizados ojos.
A la carrera abandonamos aquellos picos huyendo despavoridos, descendiendo por vericuetos increíbles hasta ponernos a salvo.
…Sofocado el incendio al cabo de cuatro días, los diarios informaban:
“En la extinción han perecido, cercados por las llamas, once miembros de los equipos de bomberos”.
“Se han quemado diez mil hectáreas de robles centenarios y encinas de enorme valor ecológico”.
“Según los técnicos, han sido los reflejos del sol sobre un espejo abandonado, la causa de tan pavoroso siniestro”.
No pude seguir leyendo…
«¡Dios mío! ¿Hasta cuándo este sufrimiento?»

10fdc5d1-6c84-3509-a236-fbf0a124fb44

No hay comentarios:

Publicar un comentario