sábado, 10 de marzo de 2018


El poeta

Estoy jubilada y hoy aguardo ansiosa que vuelva Edilson como ganador del Premio Nacional de Poesía “Jorge Amado”, en la capital de mi país

Hace tiempo que mi familia la forman Edilson, un joven cariñoso que conocí hace algunos años en Pontal de Maracaipe y su madre, una mujer de agradable trato. Me gusta recordar nuestro primer encuentro…

—¡Cuidado! No se vaya a meter en el agua por este lado de la playa —me dijo el niño visiblemente preocupado.

El pequeño tenía la cara más inocente del mundo.

—¿Por qué? Si la playa parece rasa —le contesté.

—¡Porque es peligrosa! ¡Esto es el mar, señora!

Fue ahí cuando reparé en su vestimenta. Sus pantalones cortos debían de haber sido de un muchacho más grande que él. La cintura del mismo, que amarraba con una cuerda, para que no se le cayera, le daba vuelta y media a su delgada figura.

Sus pies estaban descalzos y no porque anduviera por la arena de la playa.

—¿Y dónde debo bañarme entonces? —le pregunté.

—Más allá, después del espigón. Donde están aquellas rocas.

Miré hacia el punto donde me señalaba, distante de nosotros.

Él me acompañó solícito, caminando por la arena.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté.

—¡No me llaman por mi nombre! Todos me conocen como “el poeta”.

—¿Escribes versos?

—¡Si, señora!

—¿Y dónde has aprendido, con lo pequeño que eres?

—Mirando las cosas bonitas y pensando en ellas.

—¿Me puedes decir alguno?

—¡Si, claro! Este lo he inventado esta mañana:

«Las caracolas del fondo de la bahía,

Sueñan con los corales de noche y día».

—¡Qué lindo!

 

Al llegar a la altura de la barrera de corales, me dijo:

ؙؙ—Puede usted parar por aquí. Este sitio es mucho mejor y está libre de piedras que le puedan hacer daño. Además, ahí enfrente, al otro lado de la calle está el “Restaurante do Galo”, donde puede comer muy bien y muy barato.

Enseguida comprendí que el motivo del traslado se debía a la necesidad que tenía de llevar, hacia ese lugar concreto, a todo aquel turista que por aquella playa extensa y casi desierta caminara.

Mi sospecha se confirmó cuando un camarero del local, se ofreció:

—¡Señora! Si le apetece descansar, le puedo sacar una silla y una mesa y se la planto en la misma orilla de la playa. Si quiere le puedo servir algún aperitivo; una cerveza fresquita, o un coco verde para que disfrute de su agua. Le dejo la carta para que vea los platos que le podemos preparar.

El chico se despidió de nosotros, no sin antes dedicarme una cándida sonrisa, y se alejó en busca de algún otro turista.  

—Adiós “poeta”, hasta luego. —Le dijo el mozo.

—¡Que chiquillo más encantador! —dije a modo de comentario.

—¡Sí que es un buen chico!  Y es raro que se mantenga así en medio de tantos críos desarraigados. La mayoría de ellos, sin formación, se dedican a engañar o a robar a los turistas.

 

A la hora de comer, en una mesa apartada en un rincón del restaurante, vi cómo le servían unos pescaditos fritos.

Yo estaba interesada en saber algo más acerca de aquel chiquillo. Así que entablé conversación con el dueño del local.

—¿Cómo se llama ese chico que me ha traído hasta aquí?

—Es Edilson, “el poeta”.

—¿Y cuándo acude a la escuela?

—¡Nunca! Yo le he enseñado lo poco que sabe. Mire —dijo mostrándome una hoja manuscrita—, lo que es capaz de escribir:

 

«Soy limpio de corazón

Amo a mi tierra querida

¡Que no me saquen de aquí!

O me arrancarían la vida».

—¡Conmovedor!  —exclamé.

—¿Y no tiene familia? ¿Y su madre? —insistí.

—¡Sí que tiene! Pero no le prestan mucha atención. El padre es un bala perdida; tiene dos o tres mujeres y no está comprometido con ninguna. La madre no es mala persona, tiene que buscarse la vida como sea, aunque a veces ni le pagan. Pasa días fuera del chamizo donde mal viven.

Hizo una pausa para continuar diciendo:

—El chaval se gana unos cuartos, para ayudar a su madre, llevando a los turistas a las posadas que hay por el pueblo, y yo le doy de comer aunque no me traiga ningún cliente. ¡Es que a un niño así hay que quererlo!

—¡”Poeta”, llévame a la mejor posada que haya por aquí! —le pedí al termino de mi charla con el dueño del local.

Por el camino Edilson me contaba:

«Mi pueblo es como un rebaño de ovejas que camina en busca de un prado donde abunde la comida, pero nunca lo encontrará. Por aquí es todo seco, hay dunas maravillosas pero la lluvia escasea».

Llegábamos a la posada “Vila do Porto”, cuando de repente surgió de una esquina un chico mal encarado que dirigiéndose “al poeta” le recriminó:

— ¡Oye chaval, ya te he dicho que esta zona del pueblo me pertenece! Por aquí solo trabajo yo. Así que lárgate si no quieres que te pegue una paliza. ¡Como el dueño te dé una propina, prepárate que te la voy a quitar a porrazos!

—¡Porrazo te voy a dar yo a ti!  —Dije enfrentándome furiosa al muchacho—  ¡Como no te vayas de aquí ahora mismo! 

En aquel momento decidí que tenía que ayudar a aquel chico y a su madre como fuera.

Unos años después de aquel encuentro, un día, al regreso de la escuela me dijo:

—Tita, estoy enamorado.

—¡Sí! ¿De quién?   —le pregunté curiosa.

—¡De una niña preciosa! Mira lo que le he escrito:

«Qué cansado estoy de esta insoportable distancia entre nosotros

Cómo añoro el sonar de la campana del recreo para mirarte

¿Ya no te acuerdas de mí? ¿Has crecido olvidándome?

Dime que no estoy escribiendo al abismo

¡O eso será en lo que se convierta mi corazón!».

 

…¡Ha pasado ya tanto tiempo de aquello!

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